Columna


Caminando

EDUARDO GARCÍA MARTÍNEZ

31 de octubre de 2020 12:00 AM

El miércoles fui al Centro Histórico a encontrarme con mi amigo Amaury Muñoz, a quien no veía hacía siete meses. Quería también echar un vistazo al emblemático recinto donde viví 25 años, sin contar los que pasé enclaustrado en el colegio de La Esperanza bajo la batuta de bambú del profesor Luis Fragoso, quien enseñaba disciplina a físico palo y cuyos 100 años cumplidos nos muestran que en verdad, como sospechábamos entonces, su anatomía está construida a base de hueso puro y cuero templado, porque se ve tan vital ahora como en los tiempos maravillosos del regimiento esperancista.

Como me fui y vine a pie, pude observar el paulatino deterioro del puente Román, que ya ha perdido ocho de sus 22 luminarias y cuyas barandas deterioradas muestran varillas oxidadas. Las juntas señalan desniveles y huecos, no tan grandes como los del final del carreteable que pasa por debajo del puente. El pasaje peatonal de Manga se ve deteriorado y si bien se pintaron los pequeños puentes de cemento, el piso ha ido perdiendo consistencia y las máquinas para ejercicios físicos están prácticamente inservibles. Las mallas de las canchas de voleibol y futbolito del parque LH Román se dañaron hace meses, dejando estos espacios para el deporte huérfanos de cariño.

Llegué al recinto amurallado a las 10 de la mañana. Había poca gente en la plaza de los Coches y el Portal de los Dulces no tenía la algarabía que narró en su poema el “tuerto” López.

El parque de Bolívar lucía triste porque sus cuatro fuentes dejaron de refrescar su especial ambiente hace años, sin que nadie se diera por enterado. Así somos aquí. Todo puede suceder sin que nos cause asombro.

Constaté que muchos negocios habían desaparecido por COVID-19, que la gente se amontonaba sin distancia pero sí con tapabocas frente a la Notaría Tercera, y que los turistas eran pocos. Entre ellos una chica a quien Amaury quiso elogiar con un cálido piropo. Vestía pequeño short, blusa blanca, zapatos deportivos y gafas de sol. A su paso, Amaury dijo: -Qué mujer más hermosa adorna a Cartagena-.

Ella se detuvo, miró al galán a los ojos y ripostó airada: -¿No tienes hermanas, tías o mamá para decirles eso? De inmediato se fue hacia “Se volvió prisprí”, el negocio de Gabi Arenas ubicado en la esquina de la calle Vélez Daníes. Amaury sonrió y con la mayor naturalidad me dijo: -Coño, esto es lo último, ya no podemos ni elogiar a las damas. Vamos a terminar solo hombre con hombre-.

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