Columna


Captura de rentas

RODOLFO SEGOVIA

30 de julio de 2022 12:00 AM

Encontrar explicaciones de lo que acaece ha sido tradición de las sociedades arias desde los hindúes y los griegos. Las historias de Rama y Ulises son relatos de ese acontecer. Deshilvanar el fenómeno Petro se suma a la usanza, claro que sin pretensiones mitológicas. Esta saga se limitará al contexto. Como buen parangón de héroe mítico, Gustavo Petro es un personaje muy complejo. Hay espacio solo para explorar que lo posibilitó, es decir, el descontento de los excluidos, los que ahora llaman informales, que fueron el meollo de la dispar coalición política con la que triunfó.

Y cómo es que, cabría preguntar, un país de riquezas inexplotadas y talento ha dejado a tantos de los suyos por fuera del bienestar. La enfermedad viene de lejos y habría que responsabilizar a la “clase dirigente”, que tuvo mucho tiempo (gracias en parte al rechazo por el criminal accionar de la guerrilla) para sanarla. Sería injusto no reconocer que muchísimos dirigentes y tecnócratas se empeñaron en cerrar la brecha y consiguieron resultados. Hace 70 años las gentes en Colombia no se vestían, se tapaban. Y de zapatos ni hablar. Eran el 90%. Ha habido cambios notables. Para reivindicaciones, la democracia y el voto han mal que bien funcionado.

Petro, sin embargo, acaba de demostrar que esos esfuerzos fueron insuficientes. Una segregación en dos de la “clase dirigente” ayudaría quizá a explicarlo. Una parte consta de creadores de riqueza, que son los responsables de que haya hoy tantos colombianos participando del ponqué. El otro segmento son los que han pelechado en la captura de rentas y han añadido poco valor. A estos últimos los reconocería enseguida don Sancho Jimeno el defensor de Bocachica en 1697. Durante la Colonia, los ricos prosperaban obteniendo, por ejemplo, concesiones de la corona como el suministro de las flotas o la operación exclusiva del matadero. Y había, además, los que capturaban rentas de la corrupción como el contrabando.

En la República continuó el festín rentístico hasta nuestros días. Un episodio espectacular fue la desamortización de los bienes de la Iglesia a partir de 1860, que aprovecharon por toda Colombia los amigos del régimen del momento. La feria no se ha detenido, y en cambio, se ha sofisticado. Mientras que la corrupción, una renta innoble, ha adquirido dimensiones mucho más allá de las proverbiales “justas proporciones”.

Hay otras rentas capturables que son en apariencia legales. Cuando los bancos cobran márgenes de intermediación desproporcionados en un ambiente oligopólico están capturando rentas, ya no del Estado, sino del público. Y lo hacen también los lobistas cuando obtienen del Congreso descuentos tributarios para sus mandantes. La telaraña rentística, que envuelve toda la sociedad, resta recursos para los bienes públicos y disminuye la competitividad de la actividad económica legítima.

La incapacidad del sector productivo para frenar la captura de rentas y rechazar la clase política que la ha acolitado es el contexto Petro. Está por verse cómo se desenreda el ovillo.

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