Se siente por estos días un fogonazo de optimismo con relación al futuro de Cartagena. Numerosas voces claman la unión y el concurso de todos para hacerle frente con decisión y valentía al rosario de problemas enmarcados dentro de ese amplio umbral de dolores cotidianos. La propuesta del movimiento cívico Unidos por Cartagena invita a elegir un mejor gobierno para la ciudad. Es un llamado conveniente que amerita ser escuchado.
Las problemáticas están identificadas hace rato, cosa distinta es que las soluciones no fluyan a la velocidad y contundencia que se necesitan. Eso de administrar intereses no es cosa fácil, mas aún en una ciudad donde cada uno tira para su lado. Por eso, en las próximas elecciones se necesita elegir un alcalde que ejecute una agenda de ciudad, de intereses comunes y que trace la senda de desarrollo para los próximos 12 años, cuando menos. Cartagena tiene problemas serios, pero ¿cuál ciudad no? ¿Qué nos falta para ser una ciudad mejor? ¿Cuál debe ser el aporte de cada uno como ciudadano a resolver el embrollo en el que estamos? ¿Qué necesitamos para recuperar la confianza entre nosotros? ¿Estamos subvalorando a La Heroica?
Miremos a Cartagena de manera distinta. Esta ciudad es maravillosa, llena de privilegios y de ejecutorias empresariales como pocas. El aeropuerto Rafael Núñez movilizó más de 5 millones de viajeros, ocupando el tercer puesto en el país después de los de Bogotá y de Rionegro que sirve a Medellín. Duplicamos al de Barranquilla, vecina con quien frecuentemente nos comparamos y miramos de reojo con la envidia del que cree que el pasto del vecino siempre es más verde.
Contamos con un puerto que ha sido galardonado como el mejor del Caribe en nueve ocasiones. El liderazgo del Grupo Puerto de Cartagena en materia de operaciones de cruceros como de barcos de carga es indiscutible y de gran beneficio para la ciudad en turismo y comercio exterior. Casi la mitad de toda la carga que sale del país se exporta por la misma bahía que sedujo al adelantado Pedro de Heredia hace casi cinco siglos.
Miremos a Cartagena con optimismo. El desarrollo urbanístico que se está poniendo en marcha en la Zona Norte invita a abrir las fronteras mentales para soñar con viviendas, universidad, hospital y espacios de recreación de primer nivel. Serena del Mar es prueba de que cuando se quiere, se puede.
Estos tres ejemplos empresariales han surtido largos años de planeación, disciplina, ejecución y cuantiosas inversiones. Cartagena requiere de lo mismo. A principios del año, el Distrito facturó por impuesto predial casi $450 mil millones, pero -oh sorpresa- la meta de recaudo es apenas la mitad porque el ciudadano es esmerado para exigir pero líchigo para pagar. Fregado así. ¿Cómo replicamos los aprendizajes empresariales del aeropuerto, del puerto y de Serena del Mar en otras esferas del desarrollo colectivo de Cartagena? La rueda ya está inventada, manos a la obra.
*Director de Portex
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