Columna


Cartas a uno mismo

“Considero que esta es la mejor metáfora para entender al escritor de ficción. Cuando un novelista inventa diálogos y experiencias entre seres imaginarios no está (...)”.

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

29 de enero de 2020 12:00 AM

Les voy a hablar de uno de los misterios más hermosos y jodidos de la vida: la escritura de ficción. Normalmente, este texto tendría que escribirlo cuando cumpla ochenta o noventa años, por aquello del anciano sabio que ha transitado todos los caminos y cuenta con la legitimidad que sólo otorga el tiempo a sus pobres desahuciados. Pero es que si no lo hago ahora podría perder una tripa. Esa es, a propósito, mi primera impresión al respecto: escribir ficción, incluso hablar sobre ella, son actos que vienen de las vísceras.

Más que un trabajo que se elige, es un vicio que se padece. Quienes lo sufren saben que escribirán con plata o sin ella, comiendo sancochos de tres carnes o pasando hambre. Saben, también, que en la aparente tranquilidad de sus empleos formales, en sus oficinas de baldosas corporativas, irrumpirá la literatura como la raíz de un árbol invulnerable. A finales de la década de los cuarenta del siglo anterior, poco antes de terminar los cuentos de “El llano en llamas”, Juan Rulfo recorría México vendiendo neumáticos para la Goodrich Corporation. Veinte años atrás, entre octubre y diciembre de 1929, William Faulkner había escrito su novela “Mientras agonizo” siendo bombero y vigilante nocturno en la central eléctrica de la Universidad de Mississippi. Ignoro si a alguno le quedó tiempo para disfrutar de otras cosas. De lo que sí estoy seguro es que ambos autores, como tantos otros grandes de las letras, estaban enfermos: tenían en las entrañas un fuego irascible que sólo se amansaba relatando historias.

En “El amor en los tiempos del cólera” hay un hombre que atraviesa una patología similar. Se trata de Florentino Ariza. Cuando el personaje de García Márquez trabaja como calígrafo en la Compañía Fluvial del Caribe le es imposible redactar documentos contables sin que parezcan poemas de amor. Como eso le está ocasionando dificultades en la empresa, decide escribir gratis cartas de amor para novios inexpertos en el Portal de los Escribanos. El asunto se complica el día en que una mujer le pide que escriba la respuesta a una carta que él había escrito el día anterior. Dos días después, a Florentino también le piden escribir la réplica a esa respuesta. Y así, haciéndole favores epistolares a aquella pareja, termina creando una correspondencia apasionada consigo mismo.

Considero que esta es la mejor metáfora para entender al escritor de ficción. Cuando un novelista inventa diálogos y experiencias entre seres imaginarios no está haciendo otra cosa que mandar cartas a su propio buzón. Mientras Sancho pregunta y Don Quijote le contesta, Cervantes está trabajando con las dos manos. Y al final ese es el gran problema: que uno está solo y cree que solo conversa.

*Escritor.

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