Mi amor por la Casa Núñez viene de mi niñez. Viví mi infancia en la casa vecina donde funciona hoy un restaurante. Las que solo estaban separadas por un muro medianero de 1,50 metros de alto, el que brincábamos para husmear a los fantasmas de la casa. Ya decían que a la estatua de Núñez se le ponía por las noches la cara blanca.
En mi niñez, cercana a los años de 1960 (solo 10 años antes el presidente Mariano Ospina Pérez la había adquirido para el Estado), seguía siendo una casa de residencia y vivía allí una hermosa anciana, con la piel blanca como mármol de Carrara, que me recuerda a la ‘Cucarachita’ Martínez, y que era de una dulzura inconmensurable. Deduzco hoy, por los rasgos físicos, que podía ser ella un miembro de la familia Román, parienta de sus antiguos propietarios.
Es la segunda vez que escribo sobre ella, el primer artículo fue en tiempos de Finita Rodríguez de Benedetti, quien muy preocupada por el estado de postración en que había encontrado la casa, me incito a escribirlo.
La casa, por orden del Ministerio de Cultura, su manejo le fue quitado a la fundación que había creado Eduardo Lemaitre Román, cuya biblioteca en la administración de Sonia Villa de Segrera fue restaurada y digitalizada totalmente.
Lemaitre Román se había convertido en celoso guardián de su estado físico, cuando pasó a manos del Ministerio. Y he allí cuando se inicia su estado de postración. Fue tanto, que no solo amenazó ruinar el inmueble como tal, sino también los valiosos bienes muebles, cuyo deterioro era inminente. Fue tanto su descalabro, que su administrador, cuyo nombre no quiero acordarme, puso para “rebuscarse” una venta de refrigerios con un aviso en su fachada que decía: ‘Se vende bolis’.
Con la llegada providencial hace dos años atrás, de la que hasta hace poco fue su directora, la que fue removida por el ‘gobierno del Cambio’, mi querida amiga Sonia Villa de Segrera se concluye no solo la recuperación total de la casa, sino de los objetos privados del expresidente. Entre ellos un fonógrafo donde Núñez le ponía canciones de amor a su amada (Núñez además fue un gran ‘don Juan’); como también otros bienes muebles, como el coche jalado por caballos, en el que Rafael paseaba a su amada Soledad Román, por las playas de El Cabrero.
La Casa Núñez es un Bien de Interés Cultural, no solo por su legado de arquitectura Caribe, sino por su historia. Allí se escribió la Constitución de 1886, la que rigió al país por más de 100 años. Fue por largos tiempos una especie de Casa de Nariño, cuando Núñez se hartaba del despiadado centralismo andino.
Hoy, para orgullo de todos y de Sonia, está en perfecto estado, cuya restauración se terminó apenas en diciembre de 2022. Quedó además con una vibrante agenda cultural, y hasta se puede ir a tomar un café y recordar bajo sus cocoteros cuando la historia de Cartagena fue la historia de Colombia.
Arquitecto.
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