Rafa y yo fuimos invitados a un matrimonio en el caserío de Arroyo Hondo, muy cerca de la finca de nuestro abuelo en Sahagún. Salimos a caballo. Al llegar al festejo nos recibieron con regocijo y ordenaron a las muchachitas más bonitas del pueblo atendernos. Al rato llegó Julio Cardozo, capataz de la finca, con orden de cuidarnos. Había una banda de músicos y en una canoa se ofrecía Ñeque, bebida fermentada que se tomaba en totuma a voluntad. Noté que ese trago era una especialidad y los invitados no le daban tregua. Apenas bajaba el nivel, sacaban del corral un burro que en un santiamén traía unos toneles que eran vaciados en la canoa. La música de viento era un ritual, el director de la banda tomaba sin parar. Yo quería bailar, pero preferí esperar para ver cómo bailaban. Era mi primera fiesta rural. Rafa observaba a las parejas y su extraño modo de llevar el paso, extender el brazo y poner la cabeza mirando al techo de palma. Julio, que era gran bebedor, tenía la orden del abuelo de abstenerse, su misión era cuidarnos. Le dije a Rafa: “Manos a la obra, a lo que vinimos”. ¿Y cómo bailamos?, me dijo. Yo le respondí: pues como bailan aquí, mirando al caballete. Duramos como cinco horas bailando, un trago de Ñeque fue suficiente. Regresamos a la finca y en otra ocasión invitamos de Cartagena a Eduardo Martelo Méndez, quien estaba enamorado de Mariela Camargo. Rafa lo estaba de Sonia Peláez. Eduardo, curioso, quiso ir a una fiesta en Arroyo Hondo y bailó como un trompo, tomó Ñeque y enamoró a la hija del corregidor, una muchachita curiosa de dos lustrosas y largas trenzas que colgaban graciosamente de lado a lado de su rostro. Eduardo fue muy diestro para adaptarse al modo de bailar y orgulloso echaba la cabeza hacia atrás cerrando y abriendo los ojos. Inspirado hizo rueda en el fandango y hasta aplausos recibió. Esa noche en la finca, festejaba el éxito de su actuación y repetía insistentemente el nombre de Rosita. Enterado mi abuelo de las pretensiones de Eduardo, nos prohibió ir a fiestas en el pueblo. Al regresar a Cartagena y estando de moda las fiestas de 15 años en Manga, Rafa y Eduardo estaban bailando con Mariela y Sonia. Eduardo, ya cogido con el trago, empezó a bailar y echaba la cabeza para atrás, arrastraba los pies y en un momento guapirrió. Mariela extrañada le dijo: ¿y qué modo de bailar es ese? Eduardo le respondió: “Coge el paso Rosita que esto apenas comienza”. Mariela indignada se fue de la fiesta y hasta ese día llegaron sus amores.
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