Cuando llegué a Colombia, un toro de lidia desencajonado estaba embistiendo a sirios y troyanos en la pista de un pequeño aeropuerto de provincias, de una pequeña ciudad de provincia llamada Cartagena, a secas, todavía no era de Indias.
Para llegar al Centro se escogía el camino de la playa: de la playa de Crespo a la de Marbella, al Cabrero, hasta la aparición de La Tenaza y del cordón amurallado que eran de una sugestión particular. Y después Chambacú ‘corral de negros’ y la puerta del reloj con su muelle de La Bodeguita donde se ancoraban todas la embarcaciones que traían coco, madera, bananos del Pacífico, protegidas por San Pedro Claver desde lo alto de la espléndida cúpula de Lelarge, y la entrada al barrio de los blancos con casas señoriales, pocos edificios y una sola calle asfaltada, la San Martín.
Además el mar Caribe y un cielo azul completaban un cuadro pintoresco de un romanticismo todo Caribe. Allí sí Cartagena era mágica, la fantástica con su centro amurallado empolvado de olvido y fantasmas cruzando por sus callecitas como Pedro por su casa.
Pero esto ya pasó compadre, ahora somos más de un millón, estamos invadidos por las tortugas mecánicas que son los carros particulares, y un ejército amarillo y un hormiguero de mototaxis que no respeta ni a Dios ni al Diablo, estamos de refugio pecatorum de desplazados por la violencia, de venezolanos, y colombo-venezolanos.
Estamos recibiendo millones de visitantes con apenas lo mínimo de la infraestructura y el know-how, la mayoría de nuestros habitantes viven de lo mínimo y hay un número elevado que sufre de la física hambre.
La nuestra que era una ciudad de paz y tolerancia se ha vuelto una covacha de bandidos, locales y muchos importados que nos tienen en las primeras posiciones en las estadísticas de la violencia.
Nuestros honorables concejales están casi todos implicados en un enorme escándalo que los tiene encerrados en la casa por cárcel, y en los últimos años con la complicidad de una cadena de corrupción, hemos tenido una caterva de alcaldes, alcalditos y alcalduchos.
Me llegó el resumen de la encuesta Cartagena Cómo Vamos, pero no tengo el valor de ponerme a analizar con ustedes el parte de unos derrotados que somos todos los cartageneros, que no hemos sido capaces de controlar lo que se nos venía pierna arriba desde hace años.
¿Cómo no previmos que la catástrofe se acercaba?, ¿qué estábamos pensando cuando elegimos alcaldes sin preparación y políticos incumplidos?, ¿cómo no aprendimos después de todas las promesas incumplidas que no había que votar por las mismas maquinarias?
¿Por qué nadie nos abrió los ojos?
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