Si hay algo que caracteriza a la mayor parte de las actividades humanas en la sociedad actual es el uso generalizado de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Esto exige de los ciudadanos nuevas competencias personales, sociales y profesionales para poder afrontar los continuos cambios que se imponen en los distintos ámbitos. Estamos ante una cultura que supone nuevas formas de ver y entender el mundo que nos rodea, con nuevos sistemas de comunicación de cobertura global, y con información de cualquier tema, fluyendo de manera simultánea, y por múltiples canales, medios y plataformas.
El concepto de comunicación ha vivido una revolución, producto del crecimiento acelerado de las TIC desde la década de los 80.
Pasó de ser un proceso de intercambio de información casi bidireccional, que se daba a través de un sólo canal, y que llegaba a audiencias limitadas, a ser una relación multidireccional que ocurre a través de un sinnúmero de canales (léase plataformas y dispositivos de conectividad).
Una tras otra han aparecido en nuestras vidas las invenciones de esta revolución digital: el desarrollo de internet, y con ella, el uso del correo electrónico; la creación y publicación de información en línea; la masificación —en la primera década del nuevo milenio— de los teléfonos móviles inteligentes; y ni qué decir de las redes sociales que han propiciado generar y consumir información de los propios usuarios.
Quienes antes se conocían como emisores y receptores, hoy, en la era de la sociedad hiperconectada, se comportan como un ente dual: de ahí la aparición de términos tales como prosumidores, webactores, y escrilectores, con los que se les describe.
Su modo de operar es tanto sincrónico como asincrónico, y en el espacio lo hacen de manera ‘offline’ y ‘online’.
Consecuencia de este carácter nuevo es que se transforman nuestros hábitos, dando paso a la cultura de la inmediatez, a la ubicuidad humana y a la construcción y deconstrucción de contenidos, lo que está convirtiendo al internet en una especie de inteligencia colectiva.
Esta hiperconectividad influye de dos formas en la educación: primero, demanda que aceptemos como válidos espacios educativos propios de la era digital, y que van más allá de escuela, universidad o institución educativa.
Segundo, exige que reconfiguremos las relaciones en el aula entre docentes y estudiantes, hacia nuevas formas de comunicación en las que los estudiantes participen de la producción y manejo de la información, con un sentido ético, responsable y con capacidad de autorregulación.
*Profesora de la Facultad de Economía y Negocios, UTB
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