Columna


Conciencia solidaria

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

06 de junio de 2020 10:49 PM

Los 29 respiradores que llegaron a la ciudad para ayudar en la emergencia nos muestran que, la ciencia y la técnica, sólo pueden tener sentido, si están al servicio de la persona. Puestas al servicio de un sector privilegiado, les pasa lo mismo que a nuestra red hospitalaria... se roban todo.

Es urgente salvar vidas y defender a las personas como valor supremo. Aquí ninguno puede ser sacrificado ante nada ni ante nadie. Recordemos el texto de los sabios de Israel en el libro del Eclesiástico: “Privar de alimento al pobre es como asesinarlo” (Eclo 34, 22). Hay ya entre nosotros, en los “barrios cerrados” de la zona suroriental y en los barrios de la zona suroccidental, familias que no tienen lo suficiente para subsistir. La informalidad en que han vivido; la pérdida del empleo; el confinamiento y el hacinamiento; el número de contagiados y las dificultades de integración que tienen nuestros hermanos de Venezuela son una alarma permanente. ¿Cómo vamos a acompañar a estas personas que se sienten despojadas de futuro y metidas en un túnel sin salida? Nuestro compromiso cristiano nos pide ayudar a los que han perdido su empleo; defender a las víctimas del sistema de salud; sostener a las familias que se están hundiendo y buscar el mayor bien para todos. Esta pandemia nos ha demandado promover una nueva conciencia inspirada por la solidaridad que, según San Juan Pablo II, es “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos responsables de todos” (Sollicitudo Rei Socialis, nro. 38). Esta conciencia de solidaridad nos exige despertar la responsabilidad colectiva hacia las víctimas del COVID-19, suscitar una mayor sensibilidad hacia las familias de estos barrios cerrados; desarrollar el compartir y comprometernos con crear una nueva cultura de vida y unas nuevas formas de convivencia social que estarían a la base de la falta de regulación ciudadana. Hoy no sólo se nos pide que cada uno “ponga su corazón”. Se nos exige actuar de forma responsable y comprometida, sin perder la esperanza. Dos convicciones nos han de animar: los cartageneros todavía no hemos perdido nuestra capacidad de ser más humanos; como tampoco la capacidad de organizar nuestra ciudad de forma más humana. Necesitamos comprometernos con una nueva dirección, liberándonos de esquemas y mecanismos deshumanizadores que nos han hecho daño.

La Santísima Trinidad, cuya fiesta hoy celebramos, nos recuerda que los pobres, a pesar de todo, también son portadores de esperanza, sencillamente porque su situación está clamando algo realmente nuevo. De los satisfechos e instalados no se puede esperar mucho, pero sí de los pobres y de quienes están con ellos. Permanezcamos junto a las víctimas sufridas y sus familias; valoremos sus vidas y sigámoslas defendiendo.

*Vicario de Pastoral de la Arquidiócesis de Cartagena.

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