Columna


Condolencias

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

10 de febrero de 2018 12:00 AM

Una costumbre fraterna ha sido despedir a quien fallece y comunicar solidaridad a familiares y dolientes. Pero singulares deformaciones se suceden en ese trágico momento.

Fastidia el acelere de los muy ocupados por abrazar con un “siento mucho” a los deudos y desaparecer pensando, “ya salí de eso”. Y algunos con saludo inoportuno en la mitad  de la misa para hacerse notar, sin que se percaten de la brevedad de su compañía.

Las frases son poco variadas: “siento mucho”, “ánimo en este duro momento” y “sentido pésame”. Otros “filósofos” llegan a decir, “allá vamos todos”, en tono quejumbroso.

Hay breves comentarios sobre algunas virtudes del difunto, por aquello de que no hay muerto con defectos graves. Señoras mayores que no pierden la oportunidad para intentar, sin éxito, imponer silencio y traer una oración a la buena muerte, o por lo menos un rosario, que termina en monótono rumor matizado por algún amén, donde resaltan misterios que todos olvidamos.

Guayaberas de postín y emperifollado vestuario no impiden crueles comentarios sobre el atuendo. El mal gusto, el traje inadecuado, “el mismo vestidito de siempre” y hasta “cómo se ha envejecido”, son comentarios con los que no perdonan a prójimo asistente.

Los aficionados a la medicina barruntan diagnósticos diferentes al que dio la ciencia, y expresan recomendación de tratamientos estrambóticos para postergar el inevitable suceso.

El cigarrillo es el causante aunque el difunto no fumase. Tampoco faltan pronósticos del mundial de Rusia, y tratan de acordar un plan para verlo por TV con traguito y ricas viandas.

Los economistas no pueden faltar. Hacen una solemne vivisección del balance del difunto y usan la palabra “deja”. Y no precisamente una mujer afligida con hijos y familiares inconsolables, sino deja tales propiedades y tales deudas.

Hacen, sin dato alguno, a la torera, un irresponsable augurio económico de la sufrida familia. 

Algunos que no tienen qué hacer les salió programa para disfrutar el rato, hacen cábalas sobre el próximo evento electoral y los candidatos a ahogarse, siempre con la exaltación de un politicastro de su simpatía. Cada quién expone la mágica fórmula para erradicar los vicios de la burocracia, y conseguir el progreso de la ciudad más bella del planeta.

Otros se nutren de los últimos chistes verdes, comentan las bellacadas de las Farc, y los milagros del Viagra, mientras el difunto, como diría el Tuerto, debe pensar: “…. Y yo indefenso”, o “¿para qué vinieron?”

El cura es el único que no se percata de la situación y exhorta a pensar en la otra vida, que trae el milagro de la perennidad para quienes creemos en ella, pese a las dudas que nos causa el “espectáculo”.

Nosotros nos resignamos al saber que padeceremos igual tortura cuando nos toque el turno al bate.

abeltranpareja@gmail.com

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