Columna


Corrupción al tope

MIGUEL YANCES PEÑA

23 de enero de 2017 12:00 AM

El principio que justifica el poder es el de ordenar la vida en comunidad, servirla y protegerla; pero rara vez ese es el móvil de quienes luchan por obtenerlo. Con el poder viene la absurda sensación de superioridad que degenera en su mal uso: intercambiar favores o vender la discrecionalidad; vengarse, o simplemente satisfacer la vanidad de ser adulados, gozar de privilegios, y ser consentido por los medios.

La triste realidad es que poder y corrupción van de la mano; uno es inherente al otro; pero a su vez el poder es una condición necesaria de gobierno, y mientras más poder se tenga más corrupción habrá. La democracia intenta disminuirlo mediante su separación; y controlarlo mediante las entidades de vigilancia y control, la prensa (mientras sea libre y objetiva), las veedurías y la oposición.

No obstante, cada uno de estos poderes, y los mismos órganos de vigilancia y control que por serlo detentan uno, caen a su vez en la tentación, y se corrompen. Las relaciones entre ellos suelen ser de amiguismo (toma y dame), o de extorsión y soborno. Tal vez allí radica su mayor atractivo, cuando no el legítimo y altruista de sentir la satisfacción de hacer el bien, o de ganar el aprecio y admiración de los gobernados.

El gobierno del amiguismo, perdón de la unidad nacional, ha sido particularmente corrupto. Se ha presentado corrupción en todas las formas posibles: la mentira, el engaño, el teatro que disfraza las intenciones, la trampa utilizada para el logro de fines, el despilfarro, el robo descarado en contratos de obras materiales, o de perecederos e inmateriales como asesorías, consultorías, estudios, y organización de eventos, entre muchísimas más.

Sin exagerar, me atrevo a afirmar que en el país (tanto en el gobierno central, como en los regionales y locales, donde las instituciones son más débiles) no se mueve un peso sin que alguien saque provecho indebido de él. Y que, el móvil no son las obras -a veces ni se concluyen- como la coima que se recibe por ellas. La avaricia es tanta, que han aumentado impuestos, y se han endeudado más allá del periodo de gobierno que les corresponde. El gobierno, por ejemplo, saca pecho anunciando la colocación de bonos globales (deuda) por valor de 2.500 millones de dólares (7,5 billones de pesos), mientras quienes lo evalúan le indican que la calificación no mejorará mientras mantenga el despilfarro.

La única solución a esta avaricia humana, si es que la hay (a veces pienso que el sistema corrompe a los más pulcros) es aprender a elegir; aprender a distinguir entre la calumnia que suelen difundir quienes la utilizan como venganza o extorsión, de las denuncias verdaderas; y sancionar moralmente -la justicia no lo va hacer, porque las grandes sumas compran todo- a quienes no respetan los límites que la moral, la ética (principalmente) y la ley, imponen a las sociedades y a sus gobernantes.

 

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