Columna


COVID-19 y Nosocomefobia

CARMELO DUEÑAS CASTELL

17 de junio de 2020 12:00 AM

En el antiguo Egipto hospitales y templos, médicos y sacerdotes eran uno solo. El papiro de Ebers, hace 3.500 años, contiene más de 700 tratamientos y recetas mágicas de sacerdotes. En los primeros hospitales, con una mortalidad cercana al 100%, había un temor reverencial. Siglos de avances científicos redujeron la mortalidad a casi cero. Hace unos 70 años nacieron, casi en simultáneo, los ventiladores de presión positiva y el cuidado intensivo moderno. La mortalidad de los pacientes críticos se redujo a menos del 10%. Sin embargo, patologías como la falla respiratoria aguda persisten con una alta mortalidad. Una nueva y desconocida enfermedad vino como el sol, de oriente a occidente. Más del 80% de los casos tenía una evolución casi asintomática. 15 a 18% presentaba síntomas leves a moderados y menos del 3% requería UCI. Muchos hospitales debieron convertirse en gigantescas unidades de cuidado intensivo. Lamentablemente, en esos pocos pacientes críticos la mortalidad en China y Europa fue de 50 a 97%. Sin embargo, en esos países, médicos y enfermeras son tratados como héroes.

Por décadas la desigualdad social campeó en Colombia y más en ciudades como Cartagena. En paralelo, la salud ha sido la cenicienta de gobiernos ineptos y corruptos. Un primer nivel casi inexistente y consultas externas inoportunas desbordaban las urgencias y los hospitales de pacientes con síntomas banales. En la pandemia el Estado colombiano hizo amplísima información sobre los peligros y riesgos del COVID-19. Durante tres meses: no se hizo la detección masiva, innovadora y dirigida; no se aisló a los casos ni a los contactos; ni mucho menos se generó la prometida expansión de camas y ventiladores. Además el gobierno estableció decretos con grandes restricciones a las visitas de familiares hospitalizados con COVID y determinó un riguroso manejo de cadáveres. Como colofón, varios políticos, y el mismo ministro, acusaron indiscriminadamente a hospitales y médicos de prácticas ilegales y perversas. Las consecuencias de todo lo anterior: los pacientes sin COVID se enferman y, eventualmente, fallecen en casa; los pacientes con COVID evitan los hospitales y consultan tardíamente; las UCI están llenas y los ventiladores escasean. Y claro, ahora el único culpable es el personal sanitario que estoicamente sigue atendiendo pacientes, arriesgando sus vidas y recibiendo agresiones verbales y físicas. El COVID generó tal miedo a enfermar (nosofobia) y un terror enfermizo a una enfermedad grave (hipocondría social, diría yo) que hemos llegado al pavor a los hospitales (nosocomefobia) y a la total aversión a los médicos (iatrofobia). No será fácil corregir todo esto. La solución, a largo plazo, es seguir la máxima del filósofo: “Donde quiera que se ama el arte de la medicina se ama también a la humanidad”.

*Profesor Universidad de Cartagena.

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS