Columna


Covidocracia

CARMELO DUEÑAS CASTELL

06 de mayo de 2020 12:00 AM

Hace más de 2.500 años, una sola persona disponía sobre vida y muerte de todo un pueblo. Luego unos sabios en el areópago decidían sobre lo humano y divino. Después surgió la democracia. Allí, por votación directa, los ciudadanos tomaban todas las decisiones. Pero, las mujeres, los esclavos y los extranjeros, que a la sazón eran la mayoría, no eran ciudadanos. Dracón promulgó unas leyes que redujeron el poder de la nobleza y establecieron castigos rigurosos para crímenes y actos antisociales. La historia discute aún el beneficio e impacto de tales leyes. Algo así pasó con la pandemia. En casi todo el mundo se dictaron normas, a cual más rígida y estricta, que restringieron y cambiaron la vida de miles de millones. Tales medidas no evitaron, ni evitarán, que las personas se contagien. Lo único que pretendían era que no nos enfermáramos al mismo tiempo y que el sistema de salud fuera capaz de atender a todos los enfermos.

Hoy se discute si tales decisiones fueron constitucionales y costo-efectivas dado su dramático impacto en la economía y la calidad de vida de todos. Es obvio que fueron en contravía de principios democráticos y derechos fundamentales. La economía mundial está en bancarrota y ya los expertos cuestionan, con algo de razón digo yo, la validez y justificación de tales medidas. Unos pocos mandatarios, de dudosa reputación mental, optaron por no restringir, dejaron que la vida siguiera su curso, ¿la consecuencia?, unos miles de muertos más, ¿el beneficio?, una economía más saludable.

Según el DANE, en 2018 hubo 228.156 defunciones. Más del 30% fueron por enfermedades prevenibles como la hipertensión, enfermedad cerebro y cardiovascular, diabetes y EPOC. Así, una dieta adecuada, dejar de fumar, limitar el consumo de alcohol, erradicar la obesidad y hacer ejercicio evitarían miles de muertes anuales. Imagínense el impacto que tendría que un presidente tomara decisiones draconianas que nos obligaran a cambiar nuestro estilo de vida.

Cuando el ministro Alejandro Gaviria propuso leyes contra las bebidas azucaradas, algunas empresas, dueñas del dulce vicio, hicieron presión y cabildeo para evitarlo, y lo lograron. Tengo para mí que el número de vidas salvadas hubiera sido mucho mayor que el del confinamiento, con menor impacto en nuestra paupérrima economía.

No sé cuál es el precio de una vida en Colombia, ni cuánto estemos dispuestos a sacrificar por una, ni qué precio tendrán que pagar quienes nada hicieron para preparar nuestro sistema de salud contra la avalancha de muertos. Hoy parecen más importantes conceptos etéreos como libertad y derecho al trabajo o cosas tan concretas como la comida del día de hoy que la dudosa posibilidad de contagiarse o fallecer por la COVID-19. Ya lo decía Oscar Wilde: “En los días que corren, la gente sabe el precio de todo y el valor de nada”:

*Profesor Universidad de Cartagena.

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