En medio de todo lo que ha generado la elección de dos alcaldes supuestamente de las entrañas populares de Cartagena, habría que comprender que el ciudadano de a pie, a lo mejor, votó soñando con algún cambio que nada tuviera que ver con la visión mezquina de la élite de esta capital.
El problema es que ambas elecciones resultaron desacertadas, puesto que los elegidos, a pesar de haberse criado y codeado con lo más raizal del pueblo, terminaron arrasados por sus propias ignorancias y arribismos y, de paso, frustrando las esperanzas de quienes en verdad creyeron que sobrevendría una nueva época para la dinámica socioeconómica de Cartagena.
Tampoco sería tan justo colgar en esos dos personajes las equivocaciones de los electores, porque, que yo sepa, a nadie le pusieron una pistola en la cabeza para conducirlo a las urnas. Sencillamente, no sabemos votar.
No pienso hacer alarde de una erudición política que no tengo, pero sí creo que en un pueblo suficientemente culturizado nunca prosperarían candidatos mediocres como los que nos han tocado desde que se instauró en Colombia la elección popular de alcaldes.
Un pueblo educado estaría dotado de un profuso acervo histórico que le permita tener en claro cuáles fenómenos socioeconómicos deberían tener continuidad y cuáles no deberían repetirse jamás.
Un ciudadano con buenas herramientas para autocuestionarse y examinar su entorno, analizaría milimétricamente las palabras, el prontuario y las actitudes de quienes desean conducirlo al acto de votación, sin que ese cuestionamiento tenga algo que ver con el origen, color o posición social y económica del aspirante.
Creer que un candidato será mejor o peor porque venga del pueblo o de la élite, es el claro símbolo de la invidencia que ha servido de sostén a todo el entramado corrupto en el que participamos tanto ricos como pobres, aunque la única perdedora es la ciudad.
Y vaya que es perdedora: estar clasificada como una de las capitales más desiguales del país, con una pobreza escandalosa, serían los indicadores, más que precisos, para que un ciudadano realmente fortalecido en educación y cultura empiece a preocuparse por clarificar si en realidad ha estado participando seriamente en política o si simplemente ha servido de peldaño silencioso para que sean otros quienes decidan por él.
El politiquero que actualmente se aprovecha de la conciencia indigna y limosnera del cartagenero raso, es el heredero del amo blanco que decidía (a su conveniencia) por el indígena diezmado, el africano esclavizado y el mestizo arribista. No nos quepa duda: la crisis que vive Cartagena es culpa nuestra, por ignorantes y rastreros.
*Periodista
ralvarez@eluniversal.com.co
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