Columna


De la Oposición

CRISTO GARCÍA TAPIA

19 de julio de 2018 12:00 AM

El parto de una democracia es por naturaleza gemelar. Y una de esas criaturas, indefectiblemente, es la oposición, antitético categóricamente necesario para el desarrollo, crecimiento y logros del partido político en el gobierno y la dirección del Estado.

Que, en ningún país, sea cual fuere su localización geográfica y clasificación en los índices del desarrollo humano, social, económico, político, cultural e institucional, se ignora o pasa por alto que esas dinámicas políticas son inherentes a la naturaleza del contrato social pactado y que, sin ellas, este no es posible.

Ni la democracia, el modelo ideal en el cual debe tener ocurrencia permanente e ininterrumpida la consumación de derechos políticos y libertades en sociedades abiertas a la pluralidad y a la garantía real del ejercicio de unos y otras de tales.

Ir a contrapelo de la historia, repetir e inscribir en nuestro mapa mental como marca indeleble e irreconciliable la incomprensión y la intolerancia a las diferencias ideológicas, políticas, étnicas, de género, culturales y sociales entre colombianos por su diversidad de pensamiento, opinión y elección, pareciera el imperativo categórico del cual cada vez más y con mayor desvelo y arrogancia nos aferramos como el fin supremo de una artificiosa libertad de conciencia.

¡Qué error!

Y cuánto nos cuesta en civilidad política, convivencia ciudadana, vidas, a los colombianos, asumir y llevar a la práctica la tolerancia, el respeto y la inclusión del otro; de aquel que, no obstante tener el derecho y la libertad de disentir y profesar el partido, organización política, movimiento, que a bien tenga y convenga a sus intereses e ideas, es excluido, discriminado y perseguido por quienes en el juego electoral y, contrariando el precepto y deber constitucional de garantizarles el derecho y la libertad de conformar oposición, se erige en gobierno y los niega.

En cualquier periodo de nuestra historia política, ser, hacer, promover oposición ha sido y es, el más tortuoso y escabroso de los caminos de cuantos una nación que se precia de soberana y libre, debe recorrer para construir democracia, civilidad, ciudadanía, convivencia, inclusión, equidad, pluralidad y una institucionalidad a prueba de los desequilibrios originados en la exclusión y la discriminación de una proporción estimable de sus asociados, en razón de la preferencia ideológica, política y partidista que profesan y expresan como derecho fundamental autónomo.

Esperemos que el Estatuto de la Oposición que acaba de promulgarse por el presidente Santos, sea la primera cuota en efectivo de la cuantiosa deuda en derechos contraída por el Estado con todos los colombianos.

Y garantizados sin cortapisas ni interferencias.

“Y cuánto nos cuesta en civilidad política, convivencia ciudadana, vidas, a los colombianos, asumir y llevar a la práctica la tolerancia, el respeto y la inclusión del otro (...)”
 

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