Dios nunca falla, es fiel, misericordioso y no desampara a sus hijos, sentencian los salmos y para cumplir su promesa en la tierra sus instrumentos han sido hombres y mujeres que han desafiado las costumbres de una época contribuyendo en la superación de la raza humana como seres integrales del universo. Con ese cometido se asentó en Cartagena hace 400 años Pedro Claver, procedente de Verdu, España. Se dedicó a dar un trato humano a los negros secuestrados en África, traídos a estas tierras para venderlos como animales. Con bondad este sacerdote curaba las heridas de estas personas y las instruía en el evangelio en una era donde se decía que ellos no tenían alma, lo cual significo su canonización en 1888 por el Papa León XIII, pero más allá de su exaltación está el amor eterno que ese espíritu superior tiene por este pueblo que lo constituye en el santo protector de Cartagena. Quizás por ese motivo y ante las condiciones de miseria y exclusión en que aún viven las comunidades afrodescendientes en esta urbe, indicador que su misión no ha concluido a cabalidad, y aún se requiere de voluntades que realicen gestiones efectivas para el desarrollo humano.
Pedro Claver no desfallece intercediendo por nosotros, por eso Cartagena siempre está en la lista de visitas providenciales como la del papa Francisco, que nos traerá un mensaje de fe y esperanza. Su visita al barrio San Francisco nos debe hacer reflexionar a los cartageneros sobre cómo: 1. Saldar esa deuda histórica que tiene esta sociedad con los pobres y desheredados que en época de desarrollo tecnológico aún viven como en el siglo XVI en el casco urbano, los extramuros o las islas, requiriendo del apoyo de todos para enseñarlos a pescar en vez de mendigar; 2. Implantar un modelo de gobierno local basado en principios éticos de transparencia y moralidad para optimizar la inversión pública en lo social, erradicando la corrupción, considerando que el interés desmedido de quienes ostentan el poder político, económico y social jamás les servirá para la evolución espiritual, pues nunca se ha visto, como dice Francisco, que en un sepelio vayan dos carrozas, una para el cuerpo y otra para el dinero; 3. Reconocer que los habitantes del Distrito somos iguales, que no hay seres humanos de primera o de segunda, por ejemplo, la sectorización en “clubes sociales” solo aleja al individuo de su dimensión social, por lo tanto su revisión es oportuna en tiempos de paz y reconciliación.
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