Columna


Déjà vu

JUAN ANTONIO PIZARRO LEONGÓMEZ

24 de septiembre de 2022 12:00 AM

En lo corrido del año, con la invasión rusa de Ucrania, la humanidad entera vive un dèjá vu colectivo. Todo: las decisiones unilaterales del gran dictador impregnadas de sueños de grandeza; el temor enfermizo de los generales incapaces de contradecir al líder supremo: la quimera de un triunfo inmediato frente a un enemigo inferior; la ilusión de que los pueblos invadidos saldrían a aclamar a los invasores; las mentiras enfermizas para justificar una invasión violenta; la crueldad inhumana de los invasores frente a la población civil, etc., lo vivimos hace ocho décadas cuando la Alemania Nazi invadió a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Hoy, Putin repite en Ucrania lo que Hitler impuso al pueblo ruso.

En este caso, se cumple nuevamente la máxima de Marx: “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.

En 1941, Hitler no informó a sus socios, sería demasiado llamarlos amigos, Mussolini e Hirohito de su decisión de invadir a la URSS el 22 de junio de ese año. Cuando pocos meses después la cosa empezó a ponerse fea, intentó, sin lograrlo, convencer al Japón de aprovechar la invasión del oeste para atacar el puerto de Vladivostok y tomarse la Manchuria en disputa, con lo que los soviéticos tendrían que atender dos frentes separados por miles de kilómetros y no uno solo. Los japoneses, cuyos planes no pasaban por el oriente ruso sino por Pearl Harbor, y que tenían noticia de que el paseo triunfal no estaba saliendo conforme lo soñaba el Führer, nunca atendieron las sugerencias alemanas.

Putin, así considere a Rusia una potencia, entendió que invadir a Ucrania sin tener en cuenta a Xi, el líder de una potencia de verdad, no era una buena opción.

Para enterarlo de sus planes, el oligarca ruso viajó a Beijing en febrero de este año, muy posiblemente con dos ideas en mente: una, garantizar la neutralidad china y, dos, convencerlo de hacer un ataque sincronizado a sus dos némesis: Ucrania y Taiwán, con lo que dividirían a Occidente, haciendo ineficaz y terriblemente costoso su apoyo a ambas naciones. Xi, que no es menos ambicioso que Putin, pero sí más cauto y calculador, seguramente oyó todo el discurso de su aliado, antes de comprometerse a mantener una activa neutralidad. En cuanto a invadir a Taiwán, mejor ver cómo funcionaba el paseo previsto en Ucrania antes de dar un paso tan peligroso.

Los hechos posteriores de la mal planeada y ejecutada invasión a Ucrania sin duda premian la cautela de Xi, que debe estarse dando palmadas en el hombro por su visión.

Hoy el apoyo de China a Rusia empieza a resquebrajarse, con lo que Putin, al igual que Hitler, no recibe la ayuda necesaria de su aliado oriental.

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