Columna


Del aya a la institutriz

RODOLFO DE LA VEGA

01 de junio de 2013 12:00 AM

RODOLFO DE LA VEGA

01 de junio de 2013 12:00 AM

Sin pretender profundizar en ese importante estrato social que tiende a desaparecer, deseo hacer un liviano análisis semántico de la terminología relativa a las fieles servidoras de hoy y de antaño.
El “staff” de servicio doméstico para una familia numerosa se componía de: cocinera, que iba al mercado diariamente; una sirvienta para el aseo y orden de la casa, una lavandera; un mozo para el patio y un aya para los niños. Algunas familias encopetadas contrataban una institutriz para la educación de los niños. Una institutriz es una persona muy culta, conocedora de varios idiomas, que se dedica a dirigir los estudios de los niños y a inculcarles normas de urbanidad. El uso de la institutriz está reservado a familias adineradas.
Analicemos a la luz de diccionarios las denominaciones dadas a las personas dedicadas a los menesteres domésticos. Sirvienta: mujer dedicada al servicio de otro. Criada, moza.  Criado, hombre que sirve por un salario.  Doncella: criada que sirve cerca de la señora o que se ocupa de los menesteres domésticos ajenos a la cocina. Cocinera: mujer que tiene por oficio guisar y aderezar los alimentos.  Mucama: en Argentina, empleada del servicio doméstico. 
Actualmente a las servidoras domésticas se les da un tratamiento más afectuoso e igualitario como el de “muchacha del servicio” o empleada. Mi amiga Esperanza llama a su servidora “la felicidad del hogar”, y hasta razón tiene.
Pero no faltan quienes se empeñan en desdeñar a las buenas servidoras, aplicándoles unos nombres peyorativos. El “Lexicón del Caribe”, de Jesús Cárdenas de la Ossa, tiene la palabra Melega como una denominación que, en broma, dan a la cocinera y a las domésticas. También las llaman Mantecas y al novio, amante o marido, mantequero. En Barranquilla por afinidad, les decían FAGRAVE  (Fábrica de Grasas Vegetales).
Trabajaba yo como aforador de la Aduana y una de mis funciones era la revisión de los equipajes de los viajeros. Había llegado un buque con muchos pasajeros procedentes de Europa. Entre el nutrido viaje, vino una familia Abisambra, radicada en Barranquilla.  Cabrera, el delegado de la Auditoría, había trabajado con el señor Abisambra en una de sus empresas. Por eso me pidió que los atendiéramos entre los primeros, a lo que yo accedí gustoso. Cabrera me trajo los pasaportes de Salomón y Sara, de Nayibe y David, los hijos. Revisados los baúles me presentó el pasaporte de Petrona Rodríguez, haciendo énfasis en que también era de la familia. Como para disipar mis dudas agregó: “Ella es la meretriz de la familia”. Entendí que Cabrera quiso enaltecer al aya presentándola como la institutriz, pero la embarró.

*Asesor Portuario

kmolina@sprc.com.co

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