Nos ufanamos de tener la democracia más antigua y consolidada de América Latina. Mientras otros países de la región lidiaban con gobiernos militares en las décadas de los 60, 70 y 80 del siglo XX, Colombia se festejaba por contar con un sistema democrático sólido y con independencia de poderes.
Salvo las dictaduras de los generales Rafael Reyes -1904-1909- y Gustavo Rojas Pinilla -1953 - 1957- el siglo XX colombiano no conoció otros gobiernos de facto. Después de la caída de la dictadura de Rojas Pinilla provocada por un movimiento político, estudiantil y social, los partidos Liberal y Conservador se alternaron en el poder por 16 años, a partir de 1958, en lo que se llamó el Frente Nacional. Desde entonces todos los presidentes se eligieron por voto popular, mecanismo democrático convertido hoy en verdadero rey de burlas, desprestigiado y corrompido. La democracia colombiana no ha sido capaz de enderezar el rumbo del país, enfrentado por más de medio siglo a un conflicto armado que produjo más muertos que todas las dictaduras militares latinoamericanas juntas, las de Videla Strosner, Pinochet, Banzer. Y la matazón sigue sin remedio tras el leve respiro que se tuvo con la firma del Acuerdo de Paz con las Farc.
Colombia carga con la vergüenza de ser el país con el mayor número de desplazados internos del mundo, aún por encima de Siria que lleva más de ocho años de guerra civil ininterrumpida; su campo y buena parte de la población siguen navegando en el atraso y la pobreza mientras las mafias del narcotráfico mandan en buena parte del territorio nacional en alianzas con guerrilleros elenos, disidentes Farc, y temibles bandas neoparamilitares muy bien armadas.
Por si fuera poco la corrupción se metió como una maldición en todas las esferas de la sociedad colombiana y la política se convirtió en la más rápida y desvergonzada manera de enriquecerse esquilmado a la administración pública. La corrupción generalizada de volvió festín, los escándalos no cesan en el país y en Cartagena la enfermedad hizo metástasis. La trampa se festeja como virtud mientras la ciudad se hunde en el desprestigio.
Esta deshilachada democracia que tenemos, devenida en todo lo contrario de lo que debe ser un Estado Social de Derecho, que permite todos los desmanes en contra suya y de sus asociados, requiere un cambio drástico si en verdad se quiere construir un país mejor, libre de tantas ataduras que lo asfixian. Aunque seguramente nada cambiará porque quienes más se benefician del desorden, manejan todas las esferas del poder.
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