Existen frases que penetran por los oídos y permanecen atornilladas, por siempre, en la conciencia, mientras otras, se derrumban sin dejar huellas.
Es imposible desvertebrar una sola letra de algunos proverbios ancestrales que nos seguirán acompañando per saecula saeculorum: “Si quieres cambiar al mundo ve y dale tres vueltas a tu propia casa”. “Cuando apuntas con el dedo señalando a alguien, recuerda que tres de ellos te señalan a ti”. “Reza pero no dejes de remar hacia la orilla”. “Si vas a empezar, empieza por lo imposible”. “Dulce es la guerra para quienes nunca han estado en el campo de batalla”. “Al buen entendedor, pocas palabras”. “El sol brilla para todos”. “Los tiranos parecen gigantes cuando estamos arrodillados”. “Ojo por ojo y el mundo quedará ciego”. Y el más emblemático y castizo de todos: “Plátano maduro no vuelve a verde”.
Aderezos indispensables para reflexionar sobre nosotros mismos y comprender la tragedia de los vecinos.
La historia de la humanidad certifica que, por convicción económica más que ideológica, muy pocos derechistas rezan el credo del equilibrio social y escasos marxistas-leninistas se trasforman en demócratas. Frecuentemente, unos y otros, se empalagan con la mermelada de la corrupción, mientras al pueblo le castran la libertad y los mata el hambre. Y es que se puede esconder el fuego pero jamás el humo y, tarde o temprano, se enfundan la piel del camaleón y las garras de Maquiavelo.
Tan caótica situación ya la hemos vivido en Colombia y la sufren, en carne propia, los venezolanos desde cuando fueron seducidos por los cantos de sirena de Chávez y los pases de salsa de Nicolás. Ahora no logran zafarse de la venenosa serpiente que devora su democracia y a sus descomunales riquezas, ante las manos atadas de la comunidad internacional, mientras un grupillo privilegiado, gordos y rozagantes, visten ropa de marca.
Y es que la política, tanto para muchos de los acomodados en la butaca de la derecha, como para otros que prefieren la silla electrificada de la izquierda, dejó de ser el arte de gobernar buscando la felicidad a los pueblos, ahora se afincan eternamente a la ubre del poder y del engaño. Por eso viene bien, en esta época electoral y traicionera calma, recordar los versos punzantes del Tuerto López:
“¡Viva la Paz!, ¡Viva la Paz!”... Así trinaba alegre un colibrí sentimental, sencillo, de flor en flor... Y el pobre pajarillo trinaba tan feliz sobre el anillo de una culebra mapaná”.
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