Hace tiempo, pero no tanto para que las gentes de Cartagena lo hayan olvidado, hubo un fuerte movimiento de protesta porque en las inmediaciones de la Torre del Reloj, en el semicírculo que mira hacia el Camellón de Los Mártires, se había colocado una carpa para un establecimiento de Juan Valdez, con motivo de un gran evento internacional. Consideraban los contestatarios que se cometía un sacrilegio contra un monumento.
La misma o peor ira desató la idea de que un empresario expusiera en zona aledaña a una porción de las históricas murallas los modelos de vehículos que vendía.
Ahora, el general Rodolfo Palomino y sus subalternos decidieron colmar aquella zona aledaña a la Torre del Reloj con carpas para una exposición y adornaron el monumento con el aparcamiento en su zona peatonal adyacente de camiones, busetas, camionetas y automóviles de la Policía. Los contestatarios de ayer guardaron silencio.
Dos raseros para medir una misma situación. Quizá lo disímil de importancia es que en esta última oportunidad el Alcalde de Cartagena no es la misma persona que antaño.
Pero se trata de dos raseros empleados para medir hechos iguales. Uno para condenar y otro para aplaudir o, cuando menos, guardar indiferencia.
Lo mismo sucede con San Lázaro Distrito Artes, una construcción frente al Castillo de San Felipe. Embriagados de fingida ira patriótica, algunos concejales hurgan la Constitución y las leyes para forzar una interpretación de sus textos que permita concluir que esa construcción representa un crimen contra el patrimonio arquitectónico de la ciudad pues, dicen, se comete la infamia de obstaculizar la visual del Cerro de San Felipe.
El centro comercial Mall Plaza, de mayor altura, estorba más la vista al Castillo de San Felipe que la vilipendiada construcción San Lázaro Distrito Artes. Sobre ese hecho aparentan ignorancia los concejales que gritan que debe destruirse San Lázaro Distrito Artes, seguramente, porque ellos quieren mirar al Castillo de San Felipe desde la plazoleta de comidas del Centro Comercial y, ahí está el crimen, Distrito Artes se interpone en la visual. Parece claro que no defienden el patrimonio histórico de Cartagena sino los intereses de algunos particulares.
Esa doble moral en estos servidores públicos que, además viola los principios de imparcialidad y no discriminación que debe guiar sus actos, sería suficiente para pérdida de investidura o para destitución por haber incurrido en falta gravísima. ¿Pasará algo? Lo más probable es que no, porque también en esas otras latitudes impera la regla distinta para los mismos hechos.
Y, entonces, ¿qué hacer? Siguiendo a Juan Manuel Santos y al Cándido de Voltaire habrá que reconocer que estamos en el mejor de los mundos posibles porque las cosas podrían ser peores.
Comentarios ()