Columna


Dolor insepulto

ENRIQUE DEL RÍO GONZÁLEZ

28 de junio de 2022 12:00 AM

Muchos afirman que el sufrimiento es una consecuencia inevitable del amor y es así, no precisamente porque se trate de una premisa aplicable a las relaciones humanas, pues en ellas, en principio, no hay cabida para el dolor; pero sí coincide con distintas formas de amar, ya que hacerlo implica sacrificios y angustias por el bienestar de los seres amados, ante enfermedades, humillaciones y, sin duda, la muerte.

Morir es inevitable y en todas las circunstancias la partida de un ser querido será dolorosa, mucho más cuando se altera ese ciclo natural y la vida se pierde en sucesos que salen de la órbita de la normalidad. Esa tristeza es inigualable y solo nos mantiene en pie la firme promesa de que algún día lo volveremos a ver en otro mundo, mientras tanto, lo sepultamos y oramos para que su alma descanse en paz; hay quienes visitan a sus muertos y hablan con ellos, porque siempre existe la esperanza de que nos escuchan y contestan. En tradiciones más férreas de la muerte, hay incluso un día especial en que los fallecidos nos visitan, en cualquier caso, se trata de un pasaje sublime.

Por eso sepultar a nuestros muertos más que un rito religioso, es un aliciente para calmar el dolor de nuestras almas. Cuenta Homero en el Canto 24 de la Ilíada, cómo el rey Priamo, padre de Héctor y Paris, viaja subrepticiamente hasta donde Aquiles, el de los pies ligeros, a rogarle de rodillas que le devolviera el cadáver de su hijo Héctor, a quien aquel venció en batalla y decidió mantener el cuerpo insepulto para mancillar su honor. Los ruegos del rey buscaban poder hacer honras luctuosas a su hijo. En la mitología griega la ceremonia fúnebre estaba compuesta de varios momentos espirituales; prothesis en el que se exponían los restos para que fueran honrados y ekphora cuando ya el espíritu desaparecía y podía ser enterrado.

Pero hablar de Grecia y mencionar a Homero es viajar muy lejos en tiempo y espacio. En Colombia hay ejemplos más palpables del sufrimiento de muchas familias no solo por la muerte violenta de sus seres queridos, sino también porque los cuerpos de estos yacen en fosas desconocidas y ha sido imposible ubicarlos para sepultarlos. La semana pasada, en las noticias se veía a un padre que imploraba a los exdirigentes de la guerrilla, como lo hizo Priamo, con voz cortada, lágrimas en sus ojos y gran dolor en cada una de sus palabras, que le permitieran sepultar a su hijo.

La verdad, justicia y reparación, implica que estas familias puedan hacer el rito sagrado de despedir a sus familiares muertos a causa del conflicto armado. En este país todavía hay tristeza, zozobra y dolor perenne en muchos, que no solo deben lidiar con la muerte presunta de sus seres amados, sino también con que aún se les esté privando de un duelo y una despedida definitiva de aquellos que un día salieron con la esperanza de volver y no lo hicieron.

*Abogado.

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