Columna


Dos años sin Ramón

EDUARDO GARCÍA MARTÍNEZ

10 de junio de 2023 12:00 AM

Él mismo lo decía con frecuencia, serio o sonriendo, siguiendo la filosofía del Cororo, el iletrado pensador de su pueblo: “El que no quiera morir que no nazca”. Lo festejaba como para espantar la realidad certera y convincente que arropa al ser humano, que lo hace débil y atormentado, lleno de miedo y vulnerable, el más insignificante animalito de la creación, el único que por desgracia ha podido descifrar lo que encierra la muerte como certeza y destino ineludible. De la que no puede escapar aunque tenga todo el poder del mundo atesorado entre sus manos.

La muerte estuvo en su narrativa y sus poemas. En uno de ellos, Mi tío Luis Enrique (del libro La casa entre los árboles), la siente con tanta intensidad que pareciera morir junto a todas las víctimas de la guerra que se ensañó con su terruño como una maldición. “Presiento que romperán las puertas una noche/que entrará la balacera ciega y despiadada.../la sangre que bajó por las laderas borró los recuerdos.../al padre José Luis lo mataron en Chalán entre los rezos.../ahora se me asusta el corazón cada madrugada.../

Así como recreaba la muerte igual festejaba la vida. Nació muerto y su hermano gemelo vivo, pero en una transmutación inverosímil el vivo tomó el camino de lo ignoto y él se convirtió en un muerto sobrevivido. Prefería la incertidumbre de la vida al vacío de la nada. Para demostrar que estaba aferrado a la vida se encaramó sobre ella por 85 años, y hubiera seguido orondo hacia los cien si el maldito virus pandémico no se atraviesa en su camino.

Mañana 11 de junio cumplimos dos años sin Ramón. El inmenso José Ramón Mercado Romero que logró escribir 17 libros, el mismo que de niño bebía agua boca con boca junto a su jamelgo en el arroyo, el que nació tan pobre que tuvo que ir de “fiao” a la escuela, pero logró tres títulos universitarios y fue escritor, poeta, dramaturgo, docente y, por sobre todo, un insuperable ser humano que narró con solvencia lingüística los avatares de la existencia.

Ahora sabemos, por su hijo José Ramón, que el padre dejó en un viejo y dañado computador una novela, una autobiografía, un poemario titulado Como una lluvia de sombras, (con ciudades y poetas norteamericanos de fondo), y un libro de cuentos, todo inédito. Nos querría decir, de seguro, que aún después de muerto seguiría con sus narraciones vestidas de poesía, repletas de figuras recurrentes. Un mundo poblado de luces y sombras, como la vida misma. Publicar esos textos es obligación. José Ramón Jr. sigue escudriñando. Piensa que podría haber otra sorpresa por ahí.

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