Columna


Dos mundos

ENRIQUE DEL RÍO GONZÁLEZ

05 de julio de 2022 12:00 AM

Estudios afirman que La Tierra tiene entre 4.400 y 4.510 millones de años, tiempo del cual el homo sapiens no ha estado más que una fracción equivalente a 0.009% en el planeta. Qué decir del hombre en sociedad cuya existencia se reduce a una escasísima docena de miles de años, en donde hemos dado saltos evolutivos tan vertiginosos que, en cuestión de décadas poder desplazarnos entre continentes se redujo de meses a horas. Pero, más allá del orgullo por estas hazañas o de lo preocupados que debemos estar respecto al rumbo descontrolado del progreso, es importante reflexionar sobre las razones esgrimidas por los latinoamericanos para justificar la marginalidad frente al avance en otras latitudes.

Mientras en el norte del continente, Europa y Asia transforman el mundo con la innovación y la tecnología, es evidente, incluso abrumador cómo en América Latina y África, con algunas excepciones, se limitan a apenas existir, su aporte se reduce a consumir las versiones de menor calidad que los países desarrollados producen. Sigue siendo común la explicación atávica al fenómeno, que quienes nos conquistaron no fueron los emprendedores británicos, sino criminales ibéricos que prefirieron el saqueo y avasallamiento, pues aun cuando esto sea verdad, demasiada agua ha corrido debajo del puente para que, a pesar de las riquezas de nuestros recursos y de la inteligencia de pares, ello aún siga sin permitirnos un papel protagónico, así sea en el propio entorno.

De manera casi automática, volteamos a ver a los gobernantes, como si fueran la única causa eficiente de ese vergonzoso estatus de subdesarrollo, y, aunque es verdad que varios líderes aciertan o se equivocan gobernando, no son seres mágicos que con sus ideologías podrán hacer solos la diferencia; cuesta creer que en toda la región no exista hasta ahora uno que tenga la claridad de lo que hay que hacer y lo haya hecho, lo que presupone que la transformación solo es posible con una evolución generalizada de la estructura mental que aún no llega.

Ahora, no es casualidad que la mayoría de los gobiernos de América Latina sean aún corruptos y autoritarios, por eso sería bueno ir concientizándonos en que el cambio deba darse, no con su ayuda, sino a pesar de aquellos. Algo habrá que mejorar para que todos tengamos acceso a la información y tecnología, que los dirigentes tengan la convicción y determinación de mejorar las cosas, que nuestras administraciones dejen de ser enemigas del progreso y se conviertan en aliadas de este. Y, sobre todo, que la educación e investigación sean el eje central de interés nacional para tratar de innovar a nivel global y no sigamos siendo una muy mala réplica del mundo desarrollado.

Posdata: Esta columna la escribo en memoria del maestro Héctor Hernández Ayazo. Mañana se cumplen 8 años de su triste partida.

*Abogado.

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