Cartagena se encuentra sumergida en una profunda crisis. Entendemos que las múltiples situaciones que la aquejan no nacieron de manera espontánea y vienen de tiempo atrás. Sin embargo, la percepción actual es de un territorio sumamente crítico, desolador y desatendido en el que reina la inseguridad, insalubridad, desorden y las vías de hecho.
Es triste que hasta el 30 de noviembre se reportaran 196 homicidios, a los que día tras día se suman más. Es lamentable que los contagios y muertes por dengue, enfermedad suficientemente estudiada por los científicos, no haya sido controlada al punto que ya casi alcanzamos los 6.000 casos, ocupando el vergonzoso primer lugar en proliferación a nivel nacional. Peor aún, que a causa de ella una madre tuvo que despedir en menos de dos semanas a sus dos hijos de 15 y 17 años.
Resulta insoportable que a quien le venga en gana bloquee ilegalmente las vías para mostrar inconformidad, perjudicando a gran parte de la comunidad que queda atascada en interminables trancones con todo el traumatismo que ello provoca. Mientras, la Administración Distrital no toma las medidas necesarias y es demasiado laxa, razón por la cual la tienen de “perrateo”. En Cartagena cumplir una cita presencial se convirtió en un albur, ya toca tener dentro de las variables, que a cualquier grupo de inconformes se les ocurra cerrar sin misericordia las avenidas públicas.
Seguramente los reclamos de los manifestantes son legítimos, pero los medios que han usado para hacerse notar, además de rayar en el delito, terminan perjudicando los intereses comunes. A lo anterior se suma la mala planeación en la ejecución de eventos como el Ironman realizado el pasado 12 de diciembre el cual generó, innecesariamente, la parálisis de la ciudad impidiendo el paso de ambulancias, provocando que miles de personas, locales y turistas, perdieran sus vuelos y a otros les correspondió hacer un running más exigente que a los competidores para llegar, maleta en mano, al aeropuerto.
Cierres absolutos como los que se vivieron aquel día no deben darse cuando se planifica con inteligencia un evento de esa magnitud que, debo decirlo, son bienvenidos en la medida en que dejan muchos beneficios al sector turístico y además mueven positivamente la economía local, pero el caos que causan propicia una mala impresión a nativos y foráneos que no querrán regresar a un sitio desordenado en el que vivieron un viacrucis para llegar a su destino.
Lo más doloroso es que no se advierte la voluntad de zanjar estas problemáticas ya que los administradores se han trenzado en discusiones estériles, enfrentamientos ególatras y populistas, mientras la ciudad se desmorona en nuestras narices y, como siempre, el pueblo sufre las consecuencias y mantiene la insatisfacción a flor de piel ¡Duele terriblemente Cartagena!
*Abogado.
Comentarios ()