Columna


Ego

En los últimos años he cuestionado la razón por la que los cartageneros abandonamos con facilidad nuestras tradiciones.

NICOLÁS PAREJA BERMÚDEZ

20 de diciembre de 2018 12:00 AM

En los últimos años he cuestionado la razón por la que los cartageneros abandonamos con facilidad nuestras tradiciones. Comenzó a darme vueltas cuando descubrí que pedir “empaná con huevo” no era comprensible para nuestras amadas “fritangueras”, y que tenía que forzarme a utilizar la denominación barranquillera (¿o paisa?) “arepaehuevo”. Incluso, ya hay cartageneros que discuten que siempre se llamó como nos la impusieron compatriotas de esos lares. Igual nos pasa con las tradiciones festivas. Qué difícil es conservar las prácticas y costumbres que apreciábamos en las Fiestas de la Candelaria, en las Fiestas de Noviembre y, más de estos días, las festividades navideñas.

Veo, por ejemplo, las hermosas y vibrantes luces de Navidad en murallas, parques y mobiliario público, y no encuentro nada alusivo a la razón central, a la causa de estas celebraciones: la natividad de Jesús. Salvo una que otra casa, o el que está al pie del árbol de la Navidad Mar Adentro, no hay pesebres o imágenes alusivas a la Sagrada Familia en espacios públicos.

El ornato público es llamativo, pero vacío de espíritu, porque falta la simbología que llevamos dentro y que cada vez más nos cuesta manifestar en público, pero en esta época las madrugadas, los atardeceres, la brisa marina y todos los elementos gritan exultantes la celebración de la encarnación del Hijo de Dios.

Olvidamos incluso el origen de aquellos símbolos que adoptó el comercio para promocionar sus ofertas pasajeras. Por ejemplo, nos reemplazaron el significado del árbol de Navidad, que para los cristianos de antaño expresaba un madero del cual se hizo la Cruz, que de sus ramas brotan frutos (dones del Espíritu Santo), coronado por una estrella (la luz de Jesús). Así como nos hicieron olvidar el significado de papá Noel, hoy por hoy la marca más comercial del mundo, a pesar de surgir en memoria de San Nicolás, un obispo cristiano de la actual Turquía, en el siglo IV, quien hizo muchos milagros. El más conocido relata que dio la vida a tres niños que fueron descuartizados por un carnicero y había introducido sus restos en unos sacos. Por eso, su figura ha estado siempre unida a los niños, y su expresión en los regalos que los niños reciben la noche del 24.

Ante esa incapacidad de resistir las imposiciones externas, ojalá nuestros sociólogos criollos nos den respuestas. Entre tanto, me quedo con la explicación de un veterano académico francés sobre nuestra característica de no valorar lo que somos, que aún retumba en mi mente: “El problema de ustedes los cartageneros raizales, es que no tienen ego”.

¡Aprovecho para desearles feliz Navidad y próspero 2019!

*Abogado

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