La vida es una montaña rusa de emociones y los humanos estamos cíclicamente oscilando entre ellas: la felicidad y la tristeza, el amor y el rencor, la salud y la enfermedad, la guerra y la paz, el éxito y el fracaso. El gran reto es lograr una mediana estabilidad cual barco ondeando el intermitente impulso de las contingentes olas de la existencia.
Ya lo decía Heráclito: “Nada es, todo está en función de ser”, haciendo alusión al constante devenir. Por eso, estimo que la felicidad o el éxito no son una meta, aunque muchos pretendan acumular créditos recorriendo senderos con amargura, para algún día futuro disfrutar. Es el caso de quien ahorra toda la vida, privándose del éxtasis diario y hasta con perfil de rácano, para ser feliz al jubilarse, pero, cuando logra suficiente riqueza ya no tiene fuerzas vitales, olvidó disfrutar el camino, incluso con adversidades.
Decía Estanislao Zuleta en su ensayo “Elogio a la dificultad” que deseamos mal, porque “en lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros (...) En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa salacuna de abundancia pasivamente recibida”.
Es importante complacerse cada instante de la efímera vida, con independencia del grado de satisfacción que se alcance. Es decir, mirarle el lado bueno a todo, incluso a lo ‘malo’; esa tarea no es fácil, pero es muy necesaria para lograr la plenitud. Debemos atender a lo esencial que es invisible a los ojos, como diría Antoine de Saint-Exupéry en El Principito.
Y sobre el fracaso o la dificultad, evidentemente son reales, existen y causan estragos; pero no son definitivas, como todo en la vida, incluso el triunfo. Comparto lo que dijo Borges en su poema Mateo, XXV, 30 “(...) El antiguo alimento de los héroes: La falsía, la derrota, la humillación (...)” estas son necesarias y para una mentalidad estoica constituyen el combustible de la grandeza.
Y así lo repitió en una entrevista: “Creo que un escritor o todo hombre debe pensar que todo lo que le ocurre es un instrumento (...) incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, Todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte, tiene que aprovechar todo eso. (...) nos ha sido dado para que lo transmutemos, para que hagamos de la miserable circunstancia de nuestra vida, cosas eternas que quieran ser eternas.”
Más allá de la tribulación se encuentra la luz, la primera es la fuerza que transforma y gesta las grandes hazañas de los héroes; estos son los que caen y se levantan, los sometidos a prueba por la vida, no los que simplemente transitan por el camino de rosas sin espinas.
*Abogado.
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