Parecería que luego de años de incertidumbres durante los cuales la autoridad, cúpula y desconcertado inspector de aves en un caserío sin nombre y sin aves, abandonó su liderazgo ético; la multitud, el pueblo, o como llamen a los humildes de la tierra, recuperó un poco su voz.
Recuperar presencia, derechos y respeto, no será fácil en un país de cárceles atiborradas, de funcionarios de rango condenados por los jueces, o en procesos. Y muchos jueces avanzan con idiota inconsciencia al asco que terminó por minar a las otras ramas del poder público.
Llegar a esta anomalía, normal para muchos, tiene motivos hondos, variados y de larga complacencia. ¿Qué dejaron en las gentes los partidos políticos que por siglos definieron un vínculo de los ciudadanos con el destino de su país, ciudad, vereda?
Las organizaciones tradicionales se nuclearon bajo el paraguas sentimental, excitado con cerveza y aguardiente, de una retórica que invocaba mártires, a la libertad con hambre, proponía a la virgen como un icono de amparo, oía discursos en plazas bajo el sol, o en la penumbra de los templos religiosos como homilías o admoniciones.
El tiempo pasó y la no educación rigurosa ni gratuita, permitía abusar de una población inmovilizada en la caverna de la ignorancia y en el sometimiento de una conmovedora inocencia.
Así como los liberales repetían el ideario del siglo XIX; los conservadores invocaban las verdades eternas de una fe que más allá de la muerte redimiría a todos. Y socialismo y comunismo parecían asumir la política como destino único: la revolución. Soñaban con los trenes de la revolución de octubre, los exilios, y el martirologio como inevitables.
El gobierno que algunos confunden con el poder, y la locura del dinero de las drogas, distorsionó el cansado ideal de todos. Las riquezas mal hechas con el robo de los impuestos, tráfico de divisas, el contrabando, el indebido privilegio de la información pública, la exacción a los funcionarios, dieron el mensaje de que el trabajo lo hizo Dios como castigo.
Ahora, en medio de un serio proceso de una paz esquiva durante 50 años, empieza a mostrar su rostro una Colombia negada. Los cultivadores de papa, los ordeñadores de diez vacas, los camioneros de cordillera, los estudiantes, los enfermos, gritan su ilusión destruida.
Ningún otro gobierno ha tenido un reto igual: pasar de la guerra a la paz y atender el malestar de una población que cuando reclamaba, la acusaban de terrorista, subversiva, maleante.
*Escritor
rburgosc@etb.net.co
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