Columna


El baúl estará vacío

DARÍO MORÓN DÍAZ

20 de octubre de 2018 01:03 AM

Como un sino siniestro en este país de lo absurdo siempre se van los mejores y buenos ciudadanos y sobreviven los otros. Roberto Burgos Cantor, el escritor, el novelista se fue y dejó muchos interrogantes. Acababa de recibir el Premio Nacional de la Novela, por “Ver lo que veo”; esperábamos que viniera con ella a Cartagena. La parca, empeñada en limitar a las mentes brillantes, en la filosofía, la ideología, la literatura y las artes, impidió que se cumpliera ese anhelo.

Roberto, digno heredero de la cultura exquisita de su padre Roberto Burgos Ojeda, el profesor, el intelectual que, en la confesional Universidad de Cartagena de la época, en el Departamento de Humanidades con su dialéctica disipó el oscurantismo imperante. Roberto el hijo escogió cultivar en la escritura de cuentos y novelas esa senda que lo llevó a alcanzar la cumbre de la novelística colombiana. Sus novelas: La ceiba de la memoria”, “El patio de los vientos perdidos”, “Lo Amador”, un libro de cuentos, “El vuelo de la Paloma”, “Pavana del Ángel”, son títulos que traspasaron el ámbito de lo local y proyectaron las vivencias del Caribe a otras latitudes.

Escribía columnas periodísticas, nosotros lo invitamos a publicarlas en El Universal, y aparecían en “Baúl del Mago”; la última fue el 13 de octubre. Burgos Cantor cultivó la amistad en su más pura acepción, en Bogotá asistía a una tertulia con cartageneros y costeños. Allí acudían magistrados, periodistas y artistas que intercambiaban vivencias y anécdotas con movilización de ideas desde la teoría constitucional, hasta otras más simples que incidían sobre las regiones de origen de los contertulios.

Repasemos esta imagen de “El patio de los vientos perdidos”: “En la madrugada, pasadas las seis, los músicos arrastran los instrumentos con los trajes arrugados igual que los rostros pálidos y abandonan la casa de Germania. Hace ya treinta años que la casa de Germania acumula la exaltación y la leyenda de sus visitantes asiduos y la misma orquesta con sus cambios por la deserción o la muerte, repite incansable los sones que conserva de recuerdos de las primeras funciones en que se presentó cuando era un combo. Germania emprendió su empresa de fundación y encontró unos playones áridos y húmedos en los cuales apenas crecía el mangle y en un caserón de madera abandonado a la implacable acción de los años y el óxido”.

De manera imprevista Roberto Burgos Cantor abandonó el terruño y esa lejanía deja una sensación de ausencia entre sus amigos. Roberto, el de la personalidad sencilla y diáfana ya no se encontrará con aquellos que le quisieron y lamentan su partida.

A Dorita, su esposa, e hijos, a Sonia, al hermano y demás familiares, nuestro sentimiento solidario en este momento de dolor. Paz en su tumba.

“De manera imprevista Roberto Burgos Cantor abandonó el terruño y esa lejanía deja una sensación de ausencia entre sus amigos”.
 

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