Siempre he pensado que los médicos, y el personal de salud, son viajeros del tiempo, viven en dos dimensiones: fueron formados bajo principios y valores ancestrales, acuñados hace milenios; pero les toca vivir, trabajar y ser juzgados en el utilitarista siglo XXI. Aplicar tales principios (válidos y eternos) en una sociedad que vive como si fueran obsoletos es casi una utopía. El natural intento de curar al paciente fue desplazado por la perentoria obligatoriedad de la satisfacción del cliente en una dolorosa metamorfosis, tolerada por el Estado y orquestada por mercaderes que pretenden convertir al personal sanitario en meretrices del dulce arte de curar.
Tengo para mí que la medicina se equivocó de padres. Sería menester dejar a Hipócrates y a Esculapio en su eterna infalibilidad de un olimpo inexistente. Acordes con la perenne lucha por dar cura o alivio mientras se enfrentan dificultades, agresiones e incomprensiones, los padres de la medicina debieran ser Avicena y Maimónides. Ambos perseguidos, sojuzgados, cuestionados y desterrados. Solo el tiempo decantó su arte, su lucha y su legado; muchas de sus ideas siguen siendo válidas. Maimónides ejerció la medicina preventiva con calor humano, combatió embaucadores y escribió tratados. Lo conocí en las páginas amarillas de un libro que mi mamá me regaló. Nació hace casi 900 años. Filósofo, astrónomo, matemático y médico. Perseguido, huyó de España al Medio Oriente. En el Cairo fue médico de ricos y pobres, salvó muchas vidas. Atendió por igual al Árabe Saladino y al cruzado Ricardo Corazón de León, a la sazón enemigos acérrimos. Según los bardos “si la luna se hubiese dirigido a él, también la hubiera curado de sus eclipses”.
En épocas del COVID-19, quienes podrían definir si ganamos o perdemos esta batalla no han tomado las decisiones oportunas y adecuadas. En una Cartagena fracturada por diferencias ancestrales no ha habido el liderazgo que genere convergencias para enfrentar a un enemigo común que amenaza la existencia. Entre tanto, el personal de salud, con mística y vocación, sin la protección adecuada, combate a un enemigo invisible, superior en número y poder al tiempo que debe defenderse de ataques e improperios en esa primera trinchera donde ya se han contagiado muchos y algunos han muerto. Para ellos, en los próximos días, es necesario apartar todo aquello que nuble su mente de la única batalla verdadera y crucial: atender, aliviar y ayudar a ese paciente que tienen al frente. Sin olvidar aquel viejo poema anónimo que transcribió Maimónides sobre un famoso médico del siglo IX: “Verdaderamente el médico, con sus medicinas y sus drogas, no puede detener a la muerte que golpea cuando llega la hora...” “todos han muerto: el que prescribía la droga y el que la tomó, el que se la llevó, el que la vendió y el que la compró...”.
*Profesor Universidad de Cartagena.
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