Después de una década perdida, Cartagena necesita salir de la profunda crisis que hoy la agobia.
Es estratégico elegir un alcalde con el debido conocimiento de lo que es la ciudad y su gente, un ejecutor de proyectos estratégicos, un líder que combata la desigualdad y logre desarrollo sostenible, que muestre ideas innovadoras, que genere confianza y entusiasmos para que otras voluntades se unan a la cruzada de transmutación.
El alcalde requiere gobernabilidad para garantizar demandas sociales, invertir en obras de infraestructura aplazadas durante largo tiempo, poner la cultura de primer peldaño en el Plan de Desarrollo, ejercitar el poder de forma transparente. Si el despacho del alcalde se muestra caótico, sin capacidad técnica, insuficiente e ineficiente, incapaz de generar adecuada reputación, se afecta la estructura institucional del Distrito. Eso ha venido ocurriendo.
El despacho del alcalde es espacio de dignidad. Si se convierte en un refugio de mañas insanas se deteriora su esencia y deslegitiman las relaciones entre el ejecutivo y la sociedad. Es, por lo demás, difusor de la mala imagen de la ciudad, nada aporta al debate constructivo y conlleva a la mediocridad y la desesperanza.
Lo que ha ocurrido en Cartagena en la última década es patético. El palacio de la Aduana se convirtió en una caja de ruidos altisonantes que no cesan, vinculados a las malas prácticas políticas. Ha sido una vergüenza. Más de diez alcaldes en el período de tres, y cuando llegó el período normal de los cuatro años de gobierno, cuando muchos esperaban un salto cualitativo para zanjar tantas zozobras juntas, nada cambió y por el contrario los ruidos han aumentado. La ciudad está pagado con creces los platos rotos, está severamente estancada y enfrenta duros cuestionamientos, pero sus líderes pueden salvarla si entienden a cabalidad el momento crucial que vive y están dispuestos a emprender la cruzada que ha de llevarla por mejores horizontes.
El alcalde que Cartagena necesita tener mente transformadora para lograr que el desarrollo llegue a todo el territorio y hacerlo con acompañamiento ciudadano. Los cartageneros, como actores del proceso reconstructor de la ciudad, deben tomar buenas decisiones al momento de elegir a su alcalde, ser vigilantes de sus ejecutorias de gobierno y contribuir con sus actos al ennoblecimiento de las conductas cotidianas. Son muchos los retos que se enfrentan, pero los frutos llegarán si hay espíritu de sacrificio y accionar en colectivo. El palacio de la Aduana debe ser, por encima de todo, un espacio de buenas prácticas de gobierno, y el alcalde está obligado a darle dignidad a su honroso cargo.
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