Columna


El Dominó

CARMELO DUEÑAS CASTELL

29 de marzo de 2023 12:00 AM

Aunque parece caribeño se juega en casi todo el mundo. Con pequeñas fichas de hueso se jugaba en China hace casi 1.000 años. Por la Ruta de la seda llegó a Italia, pero fue bautizado en Francia. Independiente del estrato social, bajo la sombra de un árbol, en una populosa esquina o en una lujosa residencia, son cuatro jugadores y otros en espera. Se juega individual o en parejas. En el último caso cada pareja queda frente a frente, intercalados con sus contrincantes. En contravía con los juegos del poder y la política, gana el primer jugador que se queda sin fichas.

He admirado siempre, con envidia de incapaz, la agilidad mental de algunos que, conociendo solo 10 fichas, las tres en la mesa y las siete en la mano, saben cómo terminará el partido. El típico estallido del golpe de fichas en la mesa es igual de ilustrativo que el estallido social a que estamos abocados más temprano que tarde.

En niños promueve la atención, la memoria y el autocontrol. En adultos es una exaltación de la amistad y excusa para espantar realidades y promover el olvido de no ser. Gravísimos problemas resultan superfluos ante la inminencia de una derrota; la ineptitud y corrupción de gobernantes pueden ser cháchara de excusa para camuflar la tragedia de un doble seis ahorcado o la inexorable pérdida ante un temprano cierre.

El incierto futuro ante el desmadre de país, sin libertad ni orden, se diluye entre el drama de convencer a los contrarios que el doble ahorcado está en otro lugar y que se tienen los puntos que le faltan para la próxima jugada.

Para impedir que compañeros se digan el juego se afirma que “el dominó lo inventó un mudo”; utópica ley que se infringe intercalando mañosas frases que ilustran al cómplice de enfrente sobre las carencias o excesos que se tienen entre manos, igual que las concupiscentes señales de mermelada que el ejecutivo envía al legislativo para aprobar micos camuflados en reformas. Juego de adivinación para profanos convertido en ciencia por expertos que aplican la muda comprensión psicológica del compañero o la silenciosa y filosófica actitud del contrario. Como mudos quedamos los cartageneros ante la agresiva y despectiva locuacidad de algunos del altiplano venidos a conquistar provincianos.

No se vale seña alguna, pero, la demora para jugar puede ser la mejor señal para que el compañero sepa que se tienen varias fichas del mismo número. En contravía, jugar rápido puede indicar que no hay más fichas de ese número. Igual pasa con las señas que envía el Gobierno con las reformas: si las presenta con premura es porque tiene mucho que esconder. O de gobiernos que terminan como el doble blanco, lánguidamente, sin ejecutorias que mostrar.

*Profesor Universidad de Cartagena.

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