En una columna pasada elogié el sentido de pertenencia de algunos residentes de barrios populares de Cartagena, quienes, ante la desatención del Distrito, decidieron emprender por su cuenta las obras que sus comunidades necesitan.
Ese mismo ejemplo se replicó esta semana cuando la dirigencia comunal del plan 332, del barrio El Socorro, optó por organizar un campeonato de sóftbol interempresas para recoger fondos con que detener el deterioro del estadio de esa zona, que ya cumplió más de cuarenta años con pocas jornadas de mantenimiento de parte de las autoridades.
La noticia fue resaltada por este matutino en primera plana y páginas interiores, como otro buen ejemplo digno de ser copiado por las demás comunidades, a modo de que se vaya reduciendo la idea de que todo hay que esperarlo de papá Gobierno sin darle espacio a las iniciativas propias.
Hasta ahí, todo bien. Pero creo que lo malo de haber exaltado el dinamismo de los líderes de El Socorro fue lo que vino después: los compañeros de quien dio las declaraciones, cuando lo vieron retratado en la primera plana del periódico, le reclamaron que supuestamente se hubiera tomado el protagonismo sin haber mencionado al resto de quienes participan en la recuperación del estadio.
Cuando se presentan este tipo de situaciones, ¿qué se debería pensar? ¿Acaso que no siempre son el sentido de pertenencia, la dignidad y la solidaridad las que anidan en el trasfondo de las gestiones comunales? Habrá entonces que responderse que no: el ego mal entendido y mal utilizado es el que se incrusta en los corazones de algunos de quienes se aventuran en una empresa cívica que, a final de cuentas, debería enfocarse al bienestar general y no a hartar la vanidad de unos cuantos ignorantes.
¿Qué importa a quién se le ocurrió primero? ¿Qué trascendencia tiene que se sepa quién puso una bolsa de cemento, una bolsita de agua o un billete de mil? ¿Qué tan primordial es hacer ruido con lo que se aporta, en lugar de preocuparse porque el trabajo quede bien hecho? “No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha”, dice el evangelio de San Mateo. Pero tal parece que el envanecimiento sobrepasa cualquier destello del entendimiento humano. Después nos quejamos cuando los funcionarios y los politiqueros llegan al barrio a tomarse fotos y a saciar el ego ante obras que duran sirviendo unos cuantos días: se mira la paja en ojo ajeno, nunca la viga en el propio.
Hace unos diez años me reuní con los integrantes de la junta comunal de un barrio de la zona suroriental, quienes estaban redactando un balance de lo que habían logrado durante los doce meses transcurridos. Pero, casi desde el principio, la velada se tornó insoportable cuando una de las asistentes se sacó del bolsillo un yoyó: “Yo hice esto, yo hice lo otro, eso lo hice yo, esto lo traje yo, yo sola conseguí, yo, yo, yo, yo ...”.
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