Columna


En reciente y merecido homenaje que le fuera tributado con motivo de su designación como codirector del Banco de la República, decía el doctor Adolfo Meisel Roca, memorando al expresidente López Michelsen, que el principal reto de la región caribe es conseguir que el ejercicio de la política enaltezca lo público para contribuir al bienestar de sus gentes.
Es cierto, pero el punto de partida debe ser el enaltecimiento del ejercicio de la política, pues mientras éste se haya impregnado de mentiras, deslealtades, fraudes, dineros oscuros, alianzas indecentes, violación de topes de contribuciones y de gastos de campaña, compra de votos, distribución impúdica de la burocracia y del presupuesto público, venta de la gobernabilidad y otros vicios, es imposible que los políticos que alcanzan capacidad de influencia en lo público, léase los elegidos y los grandes electores, enaltezcan la función pública. Lejos de ello, el ejercicio de la política así practicado es causa determinante del estado de ineficiencia y corrupción que invade la administración pública en todas sus ramas.
Mirando sólo la credibilidad, es forzoso reconocer que nos acostumbramos a que los políticos mientan sea en campaña para ganar elecciones, sea como fuerza determinante en el gobierno o sea como titulares de altos cargos en éste. No hay región que no tenga memoria de mentiras enormes dichas por altos funcionarios. Y es que, ahora, cuando se cree que todo empleado debe salir a defender el gobierno de que forma parte y que esa defensa se hace mediante propagación generosa y repetida de los presuntos logros y el disfraz de los errores, sentamos el principio que gobernar es mentir.
Hemos sembrado la mentira como un valor político. Por ello a los candidatos les es permitido todo. Como decir que no estuvieron donde pronunciaron discursos o recibieron agasajos, que no vieron a quienes los abrazaron y les hicieron honores, que no tienen respaldo de quienes en todas partes pregonan su apoyo y además para borrar dudas envían a sus familiares como heraldos del candidato, que no han recibido dineros de quienes les llenan las arcas, que pactan acuerdos programáticos cuando lo que hacen es negociar cuotas de gobierno y presupuesto.
En el caso local, las negaciones son lugar común, así esas negaciones cabalguen en contra de lo que todo el mundo sabe o ve. Y esa es la primera razón para que las gentes miren con escepticismo los decires de los candidatos a alcalde así como sus programas, que muchos dudan que ellos mismos hayan estudiado juiciosamente.
Por eso a pocos llaman la atención los programas de los candidatos, pues pocos piensan que responden a un pensar sincero y a una voluntad seria de cumplir. Y, así, ¿cómo enaltecer la función pública si el electo es mentiroso?

h.hernandez@hernandezypereira.com

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