Columna


El mago del acordeón

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ PACHECO

12 de mayo de 2018 12:00 AM

El golpeteo de los picós en los bajos fondos de las ciudades, las luces miserables de los bombillos que iluminan las casetas, el traqueteo de las mesas y banquillos de tablitas, las muchachas ‘pintorreteadas’ cazando monedas de los facinerosos, cualquier elemento del paisaje paupérrimo sabe rendir homenaje a ese peleador ensombrerado que los locutores bautizaron como “El mago del acordeón”.

Y se llama Aníbal Velásquez Hurtado. También le dicen “Sensación”, aunque a fin de cuentas no se sabe qué de su vida de juglar urbano será más sensacional: ¿acaso su voz de bolerista rumbero? ¿La manera como estira el acordeón? O ¿su porte de trompeador de esquinas?

Las imágenes de la serie que emite la televisión intentan atraparlo en sus dimensiones humana y artística, loable esfuerzo, pues el protagonista no siempre ha gozado del reconocimiento justo, empezando porque algunos despistados acostumbran a relacionarlo con el estilo vallenato, solo porque se puso un acordeón al pecho. Solo porque esos mismos atolondrados creen que tal instrumento se hizo únicamente para adornar los cantos del Magdalena Grande.

El mago es otra cosa. Puede que en algún capítulo de su vida haya grabado uno que otro paseo, pero lo suyo va por otro lado. Lo supo temprano. Supo que debía ser la representación colombiana de los aires afroantillanos, a los que él denominó “guaracha”, tomando prestado un vocablo cubano que califica otra faceta del son.

O a lo mejor quiso homenajear las abarcas que usaban los primeros bailadores de sus perros zapatos blancos y sus mambos locos. Pudo ser. Pero jamás intentó confundir a nadie hablando de vallenato, como hacen ahora los promotores de la sonajilla discotequera.

Su mirada estaba en la propia tierra. Y desde esa tierra miraba hacia otros mares que se interesaron por la ferocidad de su voz y la maestría de sus digitaciones. Daniel Santos quiso proponerlo para que integrara la coral de la Sonora Matancera, improbable leyenda, aunque tampoco tiene algo de raro.

El mago lo tenía todo para medirse con los más grandes. Tal vez lo menos grande fue su disputa de embuste embuste con Alfredo Gutiérrez. Entre ellos no había nada que comparar o cuantificar. Los dos siguen siendo monstruos inabarcables. Cualquier homenaje les queda pequeño. Lograron vender fonogramas y criar fanáticos para nutrir una pelea que solo existía en la imaginación de los aturdidos.

Dicen que aquello de combinar conjuntos de acordeón con bandas pelayeras fue invento del mago. Nunca idea de Los Corraleros. ¿Otra leyenda?

El humo pecaminoso de las cantinas, los mocasines blancos y los cabellos engominados no desconocen que el bullicio afrocaribeño tiene otra forma de sonar en los fuelles del acordeón. La forma que se inventó el mago para honrar los cuerpos endomingados de todos los puertos del Caribe. Guaracha le dicen.

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