Columna


El mastodonte de la Casa de Nariño

JORGE DÁVILA-PESTANA VERGARA

08 de junio de 2023 12:00 AM

La vorágine del huracán que sacude al país, y que su ojo solo apunta a la Casa de Nariño, me recuerda el proceso 8.000 del presidente Samper. A pesar de que hubo marchas estudiantiles que pedían su renuncia, una frase de Álvaro Gómez Hurtado que corrió de boca en boca: “El presidente no se cae, pero tampoco puede quedarse”, la retirada de su visa a EU y la descertificación de Colombia, no pasó nada en absoluto. Se le vino el mundo encima y como Johnnie Walker siguió caminando campantemente.

La Comisión de Acusaciones de la Cámara por mayoría de votos determinó archivarle el proceso. Un Congreso mayoritario proclive a Samper, no lo condenó ni los absolvió, pero la verdad verdadera, es que todo sucedió, y que en esa maraña de compras de conciencia para “absolverlo”, muchos se fueron a la cárcel.

En esta ocasión, el escándalo que tiene al país en vilo y que está en la mira de la Fiscalía, la Procuraduría y la Comisión de Acusaciones, no tiene el elefante de monseñor Rubiano, sino un físico mastodonte, un mamut antediluviano, que entró en el palacio presidencial y lo tiene puesto patas pa’rriba.

Siempre escuché a mis profesores de Derecho explicar lo que en el plano jurídico significaba la verdad verdadera y la verdad procesal. En la verdad procesal los jueces se ciñen a resolver un juicio atendiendo los elementos probatorios aportados por las partes, de acuerdo a los términos establecidos por la ley y cumpliendo con sus procedimientos. Ajustados a estas premisas, el juez le dará la valoración probatoria establecida en las normas legales.

Por otro lado, la verdad verdadera, es aquella que no pudiendo comprobarse a través de la verdad procesal, corresponde a la realidad de los hechos, pero debido a que en la investigación no se aportan evidencias o documentos oportunamente, el juez al no poseer los elementos necesarios para dar un juicio justo, se abstiene de condenar.

Un típico ejemplo de verdad procesal, fue el sonado caso de O.J. Simpson, quien muy a pesar de haberse encontrados pruebas contundentes de haber matado a su exesposa y su amante, fue absuelto en el juicio por errores de procedimiento. Luego, la verdad verdadera, prevaleció en una demanda civil, y fue condenado a pagar una suma multimillonaria a los familiares de uno de los asesinados.

Aquí en el país del Sagrado Corazón, y ante el escándalo palaciego que vivimos, no pasará absolutamente nada. Acomodada en el torbellino de intríngulis legales de los abogados que defenderán a los inculpados en la investigación, la verdad procesal los absolverá.

Eso sí, quedará flotando en el ambiente, la verdad verdadera, ese sinsabor que reinará en la opinión pública, en el ciudadano del común, que mañana habrá de constituirse en su mejor juez, y que dará su veredicto final en las elecciones de octubre.

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