Columna


El medio siglo

“Pero pasaron 31 años desde que mi padre se emborrachó celebrando su medio siglo y me hallé en las mismas: conmemorando 50, pero con un hijo de 15, cuya rutina es diferente (...)”.

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ P.

21 de septiembre de 2019 12:00 AM

Tenía 19 años cuando mi papá cumplió 50. Pero no imaginaba que algún día yo también alcanzaría esa cifra. Tal vez por eso la alegría de mi progenitor no me pareció un asunto de mucha trascendencia.

Creía que mi vida siempre giraría en torno a las cervezas de los viernes y al cine dominical, sobre todo porque nada me preocupaba más que sentirme bien, en el sentido de no preocuparme más de la cuenta.

Que el mundo se derrumbara, me tenía sin cuidado. Que los viejos se quejaran de sus malestares, me parecía una rutina que no tenía por qué cambiar en algo el derrotero que le estaba dando a mi vida, empezando porque (a parte de mi alergia congénita) nada me dolía, no hacía dietas ni ejercicios, ni visitaba médicos que me prohibieran comidas, bebidas o trasnochos.

Pero pasaron 31 años desde que mi padre se emborrachó celebrando su medio siglo, y me hallé en las mismas: conmemorando 50, pero con un hijo de 15 cuya rutina vital es totalmente diferente a la que yo conducía cuando tenía su edad.

Me encontró el medio siglo con una vista limitada, con un sobrepeso, con mareos, dolores en la baja espalda, dolores de cabeza, molestias en el aparato digestivo, en las piernas, en los pies, en los hombros, en el sistema reproductivo e insomnios repentinos, por los cuales debo visitar periódicamente a una masajista y a una acupunturista, pues odio someterme al trajín de mi EPS, pero sobre todo a los inevitables tratamientos con pastillas genéricas que los médicos repiten como robots de la industria farmacéutica mundial.

Me encontró el medio siglo añorando las épocas en que tuve suficiente tiempo para planear mejor mi vida, en aras de una óptima situación futura, sobre todo cuando veo jóvenes que aún no cumplen los 25 y ya se desenvuelven en roles inimaginables para mí cuando tenía esas edades.

Me agarraron los 50 procurando autodisciplinarme para hacer mis trabajos lo mejor que se pueda, dado que constantemente estoy pensando que cualquiera de estos días podría ser el último. Muchos de los que estudiaron o se criaron conmigo han partido de este mundo en un abrir y cerrar de ojos, dejando sueños inconclusos y mucho susto entre nosotros.

Me alcanzaron los 50 experimentando súbitos ataques de pesimismo, sobre todo cuando rememoro la infancia callejera que compartí con amigos que no tenían mayores intereses que reír a mandíbula batiente y tratar de descubrir el mundo a través de la precaria tecnología que poco nos quitaba el sueño.

Me agarró el medio siglo con la posible certeza de que se crece para sufrir, de que debí quedarme en aquellos tiempos en que las horas se nos iban sin planear, improvisando la vida, sin temerle a ese clima que ahora nos fastidia y hace más pesadas nuestras diligencias de gente adulta atrapada por la modorra de los compromisos familiares y existenciales.

Me agarraron los 50... y confieso que ni para eso estaba preparado.

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