Columna


El plátano

CARMELO DUEÑAS CASTELL

14 de septiembre de 2022 12:00 AM

Cuando la cultura occidental apenas nacía, los brahmanes ya habían forjado la sabiduría oriental bajo su sombra. Por ello se lo conocía como ‘La fruta de los sabios’.

Aún después de abiertos o pelados uno no sabe a qué atenerse con muchas frutas, verduras o tubérculos. Con el plátano es diferente. Uno lo ve y sabe si esta verde, maduro o podrido. El plátano no engaña y tiene sabrosos usos tanto verde para patacón como maduro para el plátano en tentación. Algunos han querido ver en esto un símil con el gobierno actual. Los que votaron por él lo consideraron maduro y esperan que erradique la sempiterna injusticia social, la acomodaticia filosofía del embudo y la desigual pirinola de todos ponen y pocos recogen. Quienes votaron en su contra lo hicieron pensando en que sería el acabose, fruto podrido, la debacle institucional, el final de la democracia, similar al vecino y pútrido “maduro”.

La historia ha mostrado que la oposición puede hacerse desde la inmediatista e inmadura violencia atrabiliaria hasta la sosegada crítica. Es posible cuestionar al gobierno con argumentos o armamentos, con razonamientos o con muertos. Y que al poder se llega por las vías de hecho o las del derecho. Y claro, la historia es profusa en demostrar que de ambas maneras es ejercer el poder. Según la opción que se escoja, oposición y gobierno, pueden verse deslegitimadas y manchadas sus manos para siempre, como cuando se maneja el plátano sin conocimiento o experiencia.

Ser elegido democráticamente debería implicar que detrás hay un partido o movimiento político maduro con la obligación de cumplirle a los electores respetando a los opositores, la institucionalidad y la ley. Acceder al gobierno desde una oposición inmadura puede ser acceder al peor de los mundos: es tener que proteger la propiedad privada que como oposición se agredió, mientras algunos de sus seguidores siguen invadiéndola confiados en el respaldo de un gobernante, que a su vez debe exigirle a sus opositores, los propietarios, que paguen más impuestos para sostener su gobierno y cumplir las promesas de campaña.

El temor de los opositores es comprensible con los antecedentes y los sucesos recientes. El optimista de siempre espera que, construyendo institucionalidad, Estado y país, el actual gobierno cumpla con sus electores y demuestre a sus opositores que no había razón para el temor.

Colombia debería temerle más a la frustración de los seguidores por las promesas incumplidas, que al terror por la posible debacle institucional. El tiempo y el país apremian por oportunas y sabias decisiones, puesto que, como dijo el cantante, “plátano maduro no vuelve a verde y el tiempo que se va no vuelve”.

*Profesor Universidad de Cartagena.

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