Columna


El poder de la urología tributaria

JORGE RUMIÉ

03 de octubre de 2014 12:02 AM

Mi estimado lector, debo informarle que ayer le tenía lista mi columna sobre la problemática de la inseguridad en la ciudad. Sin embargo, quién lo creyera, caminando de regreso a casa, me asaltaron. ¡Sí, me atracaron! Y perdí mí laptop, mi columna en referencia y hasta mi autoestima. ¡Qué cosa! De nada sirvieron las numerosas películas que vi en mi adolescencia de Rambo, James Bond y hasta la Operación Dragón, de Bruce Lee. Quedé más petrificado que cubeta de hielo en el polo norte. Y con semejante puñal tan oxidado que me mostraron, debo reconocerlo, que hasta de tétano se enfermaron mis angustias.

Por eso decidí cambiar de tema. Así debe ser, sin contemplaciones: columna terminada, columna ida. Que venga la nueva, y que curiosamente también tiene que ver con otro atraco. Es que estamos en el país de los atracos, desafortunadamente. Y se trata ahora del “atraco tributario” que nos quiere aplicar el presidente Santos a punta de “mermelada”. Se lo tenía calladito, el míster. Semejante hueco fiscal de $12,5 billones de pesos, en plena campaña presidencial y nadie se dio cuenta, incluida la oposición. Pero lo preocupante de todo es que los cartageneros no hemos terminado de alertarnos sobre una supuesta reforma tributaria en la alcaldía, cuando nos quieren embutir otra de carácter nacional.

Verdaderamente que en el sector público se trabaja rico. Mientras en lo privado, cuando te quiebras, pierdes hasta la ropa interior. En lo público, qué carajo, te inventas una reforma tributaria. La ecuación es condimentada: a estribor, el Ministerio de Comercio firmando cuanto TLC se le ocurre. Y a babor, el Ministerio de Hacienda subiendo los impuestos hasta para visitar un sanitario. Entonces ¿quién no sufre de estreñimiento en un país como éste? ¿Cómo quieren que el sector productivo compita internacionalmente?

En todo caso hay economistas competentes que están bautizando a la reforma tributaria de Santos como la “reforma del tacto prostático”. En serio. Y lo dicen porque les recuerda el poder que tienen los urólogos en nuestra geografía cotidiana. Quiero decir: puedes visitar a un urólogo como magnate, como científico laureado, como artista famoso, como sangre azul, como medallista olímpico, mejor dicho, como te dé la gana, y nada de eso les importa un bledo, porque igual terminarás (terminaremos) con los pantalones abajo, en cuatro patas y con el concebido tacto prostático. Nadie se salva. Como en la reforma tributaria de Santos, sin vaselina, pero eso sí: con “mermelada”.
A eso le llamo tener poder.

jorgerumie@gmail.com

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