Columna


El poder oculto

GERMÁN DANILO HERNÁNDEZ

05 de mayo de 2020 12:13 AM

“... Como ya sabe, si usted o algún miembro de su equipo es capturado o muerto, la Secretaría negará tener conocimiento de sus acciones”. Así concluía siempre el mensaje de voz enviado al jefe de un audaz equipo de espionaje en la célebre serie de televisión “Misión Imposible”, emitida entre 1967 y 1973. La grabación se autodestruía 5 segundos después de ser escuchada, dando por hecho el acatamiento a la orden inicial de: “Su misión Jim, si decide aceptarla, es...”. La ficción no logró desgastar en la realidad la práctica de ocultar los hilos de poder en la realización de misiones que se hacen posibles tanto en los aberrantes regímenes dictatoriales como en sistemas democráticos, aparentemente estables como el colombiano.

El nuevo mega escándalo que involucra a las Fuerzas Militares del país, por las maniobras de seguimientos ilegales contra periodistas nacionales e internacionales, dirigentes políticos, líderes de ONG, e inclusive contra altos funcionarios de gobierno, son una demostración más de la existencia de una peligrosa y vergonzante estructura de poder que se oculta tras las legítimas estructuras del Estado.

A pesar de la gravedad de las revelaciones hechas por la Revista Semana y replicadas por medios de prensa del país y del mundo entero, desde el presidente de la República hasta los altos mandos castrense se empecinan en hacernos creer que desconocían la existencia de tales seguimientos y “perfilamientos”, y que no tienen idea sobre el origen de las órdenes para su realización, o quiénes son los destinatarios de los reportes de las carpetas con los resultados de los espionajes. De ser así estamos en el peor de los mundos: una democracia permeada por un grupo de poderosos que desde la clandestinidad sustituye al Estado, hasta el punto de dar órdenes directas a los jefes de Inteligencia y Contrainteligencia militares, y disponer de recursos enviados por una agencia de inteligencia norteamericana para hacer osados operativos de seguimientos ilegales a más de 130 personas no asociadas al crimen, narcotráfico, ni terrorismo.

Más grave que el silencio u ocultamiento oficial de los gestores reales de este repetido y nefasto capítulo de la historia nacional, es que las víctimas no sean propiamente los denominados “enemigos del sistema”, sino personas que desde sus respectivos roles fortalecen la democracia. Es inevitable relacionar tales prácticas con el asesinato de jóvenes inocentes presentados como positivos en la guerra contra guerrillas; en las masacres de civiles en poblaciones del país por parte de paramilitares para atemorizar enemigos, o en el aniquilamiento de intelectuales y de líderes sociales para silenciar ideas en campos y ciudades. Son misiones que siguen cumpliendo muchos “Jim” colombianos, dispuestos a llevarse a la tumba, si es preciso, los nombres de sus jefes invisibles.

*Asesor en comunicaciones.

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