Columna


El rancho de Natalia

VANESSA ROSALES ALTAMAR

04 de diciembre de 2010 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

04 de diciembre de 2010 12:00 AM

Como si no hubiera suficientes ya, el canal Caracol estrenó un nuevo reality. Como la mayoría de estos programas insípidos y decadentes, es una presentación hecha de exageración y artificialidad donde, al final, y por los extremos forzados a los que son llevados los participantes, se perfilan toda suerte de manifestaciones de hipocresía y mezquindad. Es que una de las grandes características de estos programas es acorralar a los personajes –las ansias de ganar, el cansancio de los retos, cualquier cosa– con tal de generar “picante” para rating.
En este caso, los participantes han sido llevados a una granja, donde no tienen las comodidades urbanas. Hay un mix pintoresco: desde una señorita que se ha desnudado para SoHo en repetidas ocasiones, hasta Daniela, de Padres e Hijos, un actor familiar de telenovelas cuyo nombre jamás recordaré y otra serie de personajes que se desdibujan con facilidad. Pero la crema del pastel es la presentadora del programa, un rostro bastante conocido por varias generaciones de colombianos: Natalia París.
Además de la usual pose de labios generosos –con una sospechosa inflamación facial que la acompaña desde hace un tiempo- y la inconfundible voz exageradamente dulzona, las elecciones estéticas de la señora París han sido peculiares. Aquí sólo me referiré a dos. El primer ensamble consistía en un micro short ceñido, abrazado a su voluptuosa pequeñez, combinado con una blusa sin mangas, corta vaquera y botas tejanas. Tal vez, al apagarse las cámaras, iba a dar un espectáculo de rodeo a los participantes.
El segundo atavío tenía una línea similar y consistía en una minifalda de denim blanca, con una blusa cortada por encima del ombligo, en camel, amarrada en el cuello y de nuevo un maxi cinturón de onda vaquera. Me temo que la señora París estaba haciendo el esfuerzo por encajar en la atmósfera del escenario, pero al hacerlo consiguió demostrar, una vez más, lo mismo: que es una de las encarnaciones por excelencia –o quizá una de las madres- del imaginario traqueto en la estética colombiana.
Natalia, con su shortcito ínfimo, su cinturón tropicowgirl, parecía estar refrescándonos las imágenes de Gustavo Bolívar con su hit inmarcesible, en el que un par de siliconas representan la realización existencial de una mujer joven: adquirir el concubinato con un traqueto importante. También parecía estar reviviendo su propia época dorada, porque, no lo olvidemos, una de sus historias más famosas –revivida en la entrevista que le hizo Alejandro Santos para SoHo- fue su enredo con un narcotraficante, justo en los turbios años 90 de nuestro país.
La señora París se tinturó hace poco el pelo aduciendo que “atrás quedaba la rubia tonta”. Llevamos años viéndola exhibir la misma voz de melcocha, adquiriendo la misma pose de símbolo sexual aniñado.
¿Qué es exactamente lo que celebran los colombianos de ella? En la revista SOHO, no sólo el director de uno de los medios impresos más prestigiosos del país se prestó para hacerle una extensa entrevista, sino que la edición estaba casi enteramente dedicada a ella. O sea, al fantasma de un ideal netamente traqueto que aún hoy –pasado de moda, de edad, de relevancia, con shortcitos y pintas espeluznantes– nos sigue acompañando.

*Historiadora, periodista, escritora.

rosalesaltamar@gmail.com

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