Columna


El tiempo

JOSÉ COVO

21 de noviembre de 2023 12:00 AM

La luz del sol se convierte en día y en realidad cotidiana. El amanecer renueva al mundo y lo vuelve a mostrar por primera vez. Cada día, el primer día. Cada sol, un nuevo sol. La misma luz ilumina de nuevas maneras. Hoy somos los mismos y, sin embargo, diferentes.

El tiempo pasa de maneras variadas. A veces vuela, a veces se arrastra. Por momentos parece ir en dirección contraria, como si el futuro fuera el origen y el pasado nuestro destino. ¿Y no lo es? Nuestros destinos personales vienen codificados en nuestra constitución. Estamos condenados a repetir los mismos patrones, a buscar las mismas cosas, o un único objeto camuflado detrás de la aparente variedad de nuestros deseos. El destino conduce a quien lo acoge, dice Seneca, y arrastra a quien rehusa aceptarlo.

¿Qué queda de los grandes Imperios? ¿Roma, los Otomanos, la corona española? ¿Qué queda de un grito de independencia, el vagido de una república que nace adolorida? Los recuerdos duran un par de generaciones. Luego olvidamos y miramos las ruinas pretéritas como fósiles inescrutables. Adherimos a la euforia de las fiestas conmemorativas, creyendo que sentimos la misma euforia de nuestros ancestros. Borges: La única justicia, el único perdón, es el olvido.

Festejamos nuestro nacimiento con euforia en nuestra juventud y con creciente renuencia en la proximidad creciente del último festejo. Haríamos bien en olvidarnos a nosotros mismos de antemano, anticipando nuestro legado sobre el mundo, el mismo que dejamos todos, un recuerdo que se afana por no desaparecer, inútilmente. Si nos olvidamos ahora, podemos vivir sin presunción. Si ya somos humildes la muerte nos humilla menos.

Asistir al propio funeral sería toda la filosofía ética necesaria para un buen vivir. Asistir al nuestro y al de los nuestros. A los de todos los humanos, comprendiendo de una vez por todas, frente al destino vacío, lo que significan nuestros orgullos y nuestras guerras. ¿Quién no quiere pedir perdón y perdonar en sus últimos días? La muerte se hace agria si lo último que sentimos es rencor. Una muerte dulce es el último consuelo y el más grande en virtud de que concluye la historia.

A veces vuela, a veces se arrastra. A veces invierte su dirección, a veces se estanca. Ese es el tiempo del alma. El tiempo de los planetas y la luz es más inclemente. En el diferencial entre el tiempo del alma y el tiempo objetivo se produce el cálculo de nuestra alma. Si el alma se estanca pierde ventaja con respecto al tiempo del mundo. Si se acelera se quema más rápido porque el tiempo mundial es vengativo. Conviene ir a paso prudente, ni volando ni arrastrándonos. Esa es el alma que llega a la muerte dulce.

El alma crece hacia adentro, dice Gómez Dávila. Crece en densidad y espesura, concéntricamente. Se hace más honda y más llena, teniendo el mismo tamaño. Es tarea nuestra preparar el alma para el olvido. Y es tarea del mundo olvidarnos.

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