Hoy día los arroyos no son mansos y soñolientos, los ríos ya no descansan los sábados y los hombres tampoco somos briznas de hierba en las manos de Dios. Con la degradación de la condición rural los arroyos no escatiman crueldad, los ríos inundan de miseria los amaneceres y nosotros con dificultad llegamos a ser el sueño de una sombra, o el patético humo de las chimeneas del progreso.
La polis nació cuando descubrimos nuestra indigencia, cuando un hombre se asocia con otro porque lo necesita. La filosofía bajó del cielo para acomodarse en las ciudades, el campo apenas se quedó con la sabiduría elemental.
En 1800 nuestro planeta tenía solo tres ciudades con más de un millón de habitantes. Eran Londres, Pekín y Edo (Tokio). En 1950 se llegaba a ochenta y dos metrópolis y hoy sobrepasan esa cifra anonadante 471. Cualquier aldea caótica del tercer mundo supera ese millón de habitantes. Pero más inquietan las abigarradas multitudes de Méjico, Sao Paulo, Bombay, Delhi, Shanghái y Tokio, con más de 20 millones de personas cada una.
El profesor Glaeser, en su nuevo libro “El Triunfo de las Ciudades” dice: “No existe un país urbanizado pobre; no existe un país rural rico”. Señala una multitud de países, cada uno acompañado de su PIB y su tasa de concentración urbana. En su torre de marfil en Harvard, Glaeser considera mejor concentrar los males que diseminarlos.
Cincuenta y cuatro megaciudades existen en Asia. En nuestra Colombia hay seis con más del millón. Entre ellas, la ciudad de nuestros sueños y amores. Todas perderán identidad y sabrosura. Tendrán más oportunidades de ingresos y también mayor deshumanización.
Urbano ha sido nombre de varios Papas y Urbanidad, la ciencia de la cortesía, es imposible en el sistema que impera. Civilización significaba ciudad, pero es un adefesio cuando ese concepto se desdibuja y se hace obsceno en el crecimiento.
En este país donde muchos nos complacemos de nuestra condición provinciana, el proceso será traumático para los viejos, porque todos los muchachos anhelan ser ciudadanos del mundo.
Desde lo ecológico dizque “una ética de volver a la tierra sería desastrosa”. Las ciudades permitirán a todos vivir en algo más del 4% de la tierra arable. Así, parece que se contaminará menos al concentrarnos.
Los caminos serán menos dispersos y tentaculares, más cortas las distancias de los servicios públicos, con ello menos recursos se utilizarán. Los indignos “cagajuntos” que humillaban a sectores populares, serán inevitables en todos los estratos. Ahora ratoneras verticales.
La política será repoblar los centros de las ciudades y densificar los suburbios. La fuga urbana, que parecía una buena idea hace un siglo, apenas es otro error histórico. “Asegúrate de que el transporte esté bien, luego deja que las cosas sucedan”, afirma este nuevo gurú que no conoce Transcaribe.
Los dinosaurios no obstante, persistimos en querer los espacios abiertos, las gentes simples, la “docta” sabiduría primitiva, y el cocinar con leña. Un paladar deformado no puede con los higiénicos fuegos de la modernidad, prefiere sabores, personas y escenarios que desaparecerán en forma inevitable tal como vienen las vainas.
*Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario.
augustobeltran@yahoo.com
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