“Las elecciones, a veces, son la venganza del ciudadano. La papeleta es un puñal de papel”. David Lloyd George.
Las justas democráticas tienen los ánimos caldeados en el país y resulta obvio, pues, los debates políticos remueven las fibras humanas más sensibles, lo que en muchos casos resulta en disputas irreconciliables, sobre todo en personas de una sola pieza que no transigen con sus ideologías o simplemente son rencorosas. Los actores principales o, mejor dicho, los candidatos y demás líderes, tienen una memoria que poco alberga rencor, de hecho, la reconciliación o la alineación en procura del “bien común” suscita alianzas inimaginables. Por eso se ha dicho, con mucho tino, que muy tonto es quien pelea por “política”.
Los aspirantes quieren ganar, para ello deben conquistar el voto popular que no es homogéneo y su caracterización depende del grupo social y de múltiples circunstancias económicas, académicas, religiosas, morales e incluso psicológicas. Un sufragio representa la manifestación voluntaria de aceptación e identificación con el componente humano: la personalidad, reputación, experiencia, historia y carisma del candidato, pero también con el programa de gobierno, aunque este último genera muy poco interés en el grueso de los electores.
Para nadie es un secreto que hay votos amarrados. Ese grupo que tiene una relación de amistad, identidad ideológica o intereses con el líder y por esas razones van a las urnas. Otros nacen de la unión de partidos que muestran acuerdos, uniones, y co-avales donde se hace sinergia para posicionar un objetivo común. También existen los repudiables votos criminales, que nacen de pactos ilícitos distinguidos por lacerar la democracia, tales como el fraude, la corrupción al sufragante y el tráfico de votos. En todos estos punibles se convierte al elector en una mercancía sin voluntad o en un títere que responde a los hilos de la moneda.
Igualmente, se aprecia el voto de protesta o de castigo, en el cual se estila un acto vindicativo por la mala gestión o por la decepción generalizada. Actualmente la clase política tradicional enfrenta ese rival sin cuerpo, por ello los candidatos posan de independientes como estrategia de campaña.
Advierto la existencia de un voto comején: aquel silencioso, libre y sin compromisos; el que no se revela, no discute, ni da señales, pero tiene la fuerza honesta suficiente para derrumbar las estructuras de los imperios electorales. Normalmente no se refleja en las encuestas por eso sorprende a la comunidad. Está representado por esos ciudadanos que escuchan, analizan y deciden sin imposiciones. El día del debate, cuando nadie los espera, salen de sus casas a cumplir con el deber cívico, se transportan solos al puesto de votación, ejercen su derecho y sin pretensiones regresan con la esperanza de bienestar común pero resignados a que la vida continuará igual.
*Abogado.
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