Columna


En Cartagena, ¿cuánto vale la vida?

Sebastián Piñera entregó una lección humanitaria inolvidable, al desembolsar 29 millones de dólares garantizando así que 33 humildes compatriota fueran rescatados, sanos y salvos.

HENRY VERGARA SAGBINI

06 de mayo de 2019 12:00 AM

Sebastián Piñera entregó una lección humanitaria inolvidable, al desembolsar 29 millones de dólares garantizando así que 33 humildes compatriotas, sepultados a más de 700 metros en la mina de cobre San José, desierto de Acatama, el 5 de agosto de 2013, fueran rescatados, sanos y salvos, el 12 de octubre, después de 69 días de intensa e irrenunciable búsqueda.

Sebastián no escatimó esfuerzos financieros ni tecnológicos con tal de estrechar la mano de aquellos obreros que, aferrados a la vida, volvieron a ver la luz y a sus familias, mientras desembarcaban de la mítica cápsula Fénix, viajera incansablemente empecinada en refrescar la memoria misericordiosa del planeta, colocando al ser humano en lo más alto de la cumbre.

Chile limpió la sangre y el odio derramados durante la dictadura de Pinochet, reemplazándola por perdón, justicia y equidad. La educación chilena, por ejemplo, tiene reconocimiento internacional; el desempleo, imperceptible, y la salud, sin barreras de espinas. Tampoco existen ‘Familias en acción’, esas que convirtieron a los colombianos humildes en pordioseros, entregándoles un pescadito en lugar de enseñarlos a pescar. Solo entonces ese pescado, condimentado con sudor y perseverancia, tendrá sabor a dignidad.

Pero, ¿qué ocurriría si tan complejo accidente ocurriera en Cartagena? Si los chilenos destinaron 29 millones de dólares en salvar a 33 obreros, equivalente a 878.788 dólares o 2.636’364.000 de pesos por cada uno de ellos, “¡Todo un despilfarro!”, afirmaríamos aquí, “Ellos se lo buscaron!”.

Pero no es necesario esperar a que se desplome un socavón en Cartagena. ¿Acaso la corrupción no cobra más vidas? Las estadísticas del Banco Mundial lo corroboran: 30.000 viviendas en alto riesgo, 75% de cartageneros ahogados en la pobreza y 70.000 en la más absoluta miseria: la inequidad social es el socavón de los pobres, obra perversa de bellacos que saquean el presupuesto, incluyendo el pan de los comedores estudiantiles y la salud de los humildes. Por ahí andan, campantes y sonantes, orinados de la risa, defecando impunidad.

Sin la menor duda, ser pobre y vivir en Cartagena multiplica por mil las posibilidades de convertirse en sombra prematuramente, a menos que llueva del cielo una cédula chilena o que los gobernantes se liberen de la jáquima de sus patrones y socorran al prójimo como a su propia madre, y obedeciendo la orden del Hijo Mayor de Aracataca: “Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarlo a levantarse”.

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