Despojados de armaduras, desnudos, de piel débil, sin saber hacia dónde vamos entreabrimos horizontes socavando los falsos deleites que endurecen la memoria. De alegoría en alegoría -apenas sobrevivimos- en una sociedad que empuña la mano y extiende su dedo juzgando las orfandades que cada cual capotea para no sucumbir en el tedio de fuego cruzado entre ángeles y demonios. Atrincherados por el pánico de una catástrofe inesperada nos aislamos para seguir presintiendo la vida, el estremecimiento, el abrazo, el beso robado y un eterno suspiro embriagado de susurros. No somos cosecha de una biografía acomodada a las circunstancias. Tampoco el fruto de una lista de cachivaches arrinconados en un desván. Quizá somos olvido en una tierra de gente buena que ha tenido que estar supeditada a las tramoyas de los más vivos, esos que nos han enredado con finas hierbas, en sus discursos elaborados de aromas encantadores para dejarnos sin pan y sin ilusiones. Ahora en tiempos difíciles lo estamos viendo, mendigos de muchas cosas, extendemos la mano en súplica permanente, al tiempo la extendemos para seguir con la campaña que inició Italia, en los supermercados, en los balcones, hay y cuelgan canastas de una cuerda con un letrero que dice: Si no necesitas pon en la canasta y si no tienes llévate lo que hay en ella. No existen vacunas para la tristeza ni ungüentos para el corazón henchido de vacío. Que no nos sorprenda el abandono con la misma pasión de las hojas crujientes loando el otoño. Que no nos sorprenda la primavera estéril de ilusiones andando por la vida buscando gotas de lluvia para calmar la sed efímera en tiempos de condena. Que no me sorprenda la muerte sin escribirme versos a pesar de esta situación cruda e incierta por la que estamos viviendo la humanidad. Nadie está libre de este confinamiento y todo aquel que desobedezca la orden de quédate en casa arriesga y perjudica a los demás porque en cualquier momento lo puede sorprender el bicho. Y sí, todos pensamos en los que no tienen nada, aquellos que viven del día a día. La economía es un desastre y la pobreza se incrementa, no hay alimento que alcance ni días tan sórdidos como los que estamos padeciendo. No podemos desconocer la gran labor del alcalde ni de todas las personas que hacen su esfuerzo por mitigar y solventar un poco a los más necesitados. Que esto sea una lección de justicia social, para que jamás, a pesar de las pandemias, las personas vivan esta situación dolorosa. Ojalá y sea una sentencia estremecedora para los que nos gobiernan. No hablo de decesos, hablo de equilibrio social. Quédate en casa.
*Escritora
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