Algunas traducciones del relato del libro del Génesis dicen que en el principio era vacío, o caos y las tinieblas cubrían el abismo. Y en ese vacío y caos, el Espíritu de Dios aleteaba. Y a partir de ese aleteo Dios comienza a pronunciar su palabra creadora la cual va generando orden en el caos y claridad en las tinieblas.
Las teorías del caos en física vienen señalando la existencia de lo disipativo, lo caótico, lo dialéctico y entramado de los constitutivos de la realidad en sus infinitésimas dimensiones como es el caso del comportamiento del electrón y sus componentes, como en las macrodimensiones del cosmos en su posible y misteriosa expansión. Y en estas preguntas a lo minúsculo y a lo macrocósmico también los seres humanos nos percibimos como caóticos necesitados de una regulación, de una separación de tantos componentes que nos generan sinsabores e incertidumbre, para que en nuestras vidas se produzca el “hágase la luz” que separó a las tinieblas de la luz y a una llamó noche y a la otra, día.
El Espíritu de Dios ordenador del caos y generador de luz es el que estamos esperando y pidiendo en esta hora singular del país. No a la confusión y sí a la serena capacidad de ir diciendo palabras creadoras, generadoras de vida y sensato realismo; que no se agazapa en los ires y venires de las redes sociales y en las promociones irresponsables de uno u otro tenor. Que esa fuerza del Espíritu, que según Pablo de Tarso, vive en cada uno de nosotros, sea mayor que los dichos (1Cor 6,18).
Jesús de Nazaret, se nos ofrece, en su discurso programático en la sinagoga de Nazaret como el que ha sido ungido por el Espíritu para abrir los ojos, liberar a los cautivos , anunciando la liberación a los pobres y por lo tanto, la llegada del año del Señor (Lc 4,16-21). Y de manera solemne, concluye el evangelista, Jesús cerró el libro del profeta Isaías y todos se admiraban de las palabras que salían de su boca. Ese espíritu que ungió a Jesús es el que los cristianos y no cristianos necesitamos para abrir nuestros ojos y ver el dolor de pueblo santo sufriente, oír los clamores de la juventud deseosa de un país diverso y sentir que para las grandes mayorías de pobres que han sido víctimas de los caos generados por tanta desigualdad e injusticia debe brillar una luz en las tinieblas y un cierto orden que como el que se genera en el acto creador “Y dijo Dios” provoque la llegada ante todo de la defensa de sus vidas y el derecho a ser humanos. Para que una vez más nuestros ojos se fijen en Él, el Maestro, el Señor. Así Pentecostés será fuerza para seguir andando más allá de temores y mentiras disfrazadas de verdad; porque el Espíritu que nos fue prometido nos irá guiando por el camino a la verdad plena.
Teólogo, Religioso-Presbítero, Salvatoriano
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