Columna


¿Es Petro el Niño Dios?

ALFREDO RAMÍREZ NÁRDIZ

12 de julio de 2022 12:00 AM

En una reciente tertulia a la que me invitaron dije que, por las esperanzas que hay depositadas en él, Gustavo Petro más parece el Niño Dios que el ya inminente presidente de Colombia. Dije esto porque todos los contertulios que me precedieron en el uso de la palabra mostraron una confianza diría yo casi religiosa en las capacidades del presidente electo para cambiar el país de arriba abajo y abrir un nuevo periodo en la historia nacional.

De Petro se espera que resuelva definitivamente el conflicto armado, que solucione el flagelo de la corrupción, que garantice educación pública de calidad, que arregle el problema del servicio de salud, que garantice unas pensiones dignas, públicas y universales, que lleve a Colombia a ser potencia en energías renovables, que normalice las relaciones con Venezuela, que una a todas las fuerzas políticas alrededor de su proyecto (las cuales, según se ve, milagrosamente, han decidido abandonar sus egoísmos particulares y abrazar todas como una al presidente electo por el bien de los colombianos, sin que en ello haya tenido nada que ver la mermelada o la promesa de tolerancia con los problemillas penales de cada cual, aleluya, aleluya), que acabe con las diferencias sociales y haga de Colombia la Holanda de Suramérica y, ya puestos, ¡que lo haga todo en cuatro años!

Claro, después de escuchar lo anterior en boca de personas con estudios y formación, uno se pregunta si las elecciones las ha ganado Petro o el Niño Dios ha venido entre nosotros para colmarnos de dones. En el fondo, lo que late detrás del ataque de emotividad desatada que sufre Colombia es la reacción lógica de gente históricamente apaleada: ahora sí, por fin nos irá bien, hemos de confiar. Es, más o menos, como la mujer maltratada que cree ciegamente en las bondades de su nueva pareja haciendo oídos sordos a sus promesas irrealizables con el dinero del que se dispone, a su pasado un tanto turbulento y a las primeras señales de cuáles son sus intenciones (¿qué utilidad puede tener la Procuraduría?). Todo da igual ante la fe que nos genera el Niño Dios, que ha bajado de los cielos para cambiar nuestras vidas y, como dijo aquel, finalmente lograr que llueva café en el campo.

¡Triste Colombia! País que sueñas con entrar en el futuro y que, una vez más, te sumerges en el pasado encumbrando a un nuevo caudillo salvador de la patria. ¿Saldrá todo bien? Ojalá sí, pero me temo que no.

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