Columna


Eudaimonía

“Quisiera creer que todos los candidatos pretenden convencer a sus electores y llegar a la Alcaldía para ser felices, solo por hacer el bien y actuar con virtud y verdad”.

CARMELO DUEÑAS CASTELL

18 de septiembre de 2019 12:00 AM

En la antigüedad la lira tenía siete cuerdas, hasta que Orfeo le agregó dos más en honor a las nueve musas. Orfeo, el poeta y músico más famoso, era tan bueno con la lira que su música calmaba a las fieras y hacía que las rocas y árboles se movieran siguiendo su ritmo. Eurídice era el amor de Orfeo. Eran totalmente felices, pero bueno, la felicidad no es eterna. Un mal día Aristeo, el guardián de las abejas, intentó abusar de Eurídice; la joven huyó despavorida, con tan mala suerte que pisó una serpiente y esta le produjo una mordedura mortal. Orfeo, desconsolado, decidió descender al Tártaro, el mismo infierno. Inspirado por el dolor tocó con su lira la música más hermosa de todos los tiempos y con ella encantó a los jueces de la muerte, a Hades, el dios del inframundo, y a Caronte, el barquero del infierno. Por ello Hades aceptó devolverle la vida a Eurídice, pero con una condición: que Orfeo no mirase hacia atrás hasta que su amada estuviera de nuevo bajo la luz del sol. Sin perder el tiempo, Orfeo avanzó sigiloso por la oscuridad del infierno tocando su lira para guiar a su amada hacia la vida. Cuando Orfeo llegó a la luz, se sintió tan dichoso y pleno que no creyó posible tanta felicidad, y volteó la mirada para asegurarse que su amada lo seguía. De inmediato las fuerzas del más allá, cumpliendo las órdenes de Hades, halaron a Eurídice a la muerte para siempre.

La mejor pintura, en mi opinión, de este episodio mitológico es la de Rubens: cuatro protagonistas, todos robustos al estilo del pintor; a la derecha del observador la oscuridad, el inframundo, y allí están Hades y Perséfone, reina del mundo de los muertos, con su perro cerbero, el de las tres cabezas; en la mitad izquierda todo es luz y hacia allí va Orfeo, con su lira y Eurídice detrás de él, saliendo del infierno. La imagen es tan impactante que permite adivinar la mirada de Perséfone a Eurídice recordándole que Orfeo no debe mirar atrás mientras que el incrédulo Orfeo, en vez de ver el halagüeño futuro feliz que le espera al frente, mira de reojo para verificar, lamentablemente, que Eurídice sigue detrás suyo.

Esa felicidad buscada, y frecuentemente perdida, ha sido motivo de discusiones filosóficas. Hace más de dos milenios ya Aristóteles decía que el ser humano busca, y cree alcanzar la felicidad con dinero, fama y/o placer. Para muchos filósofos hay un sentimiento superior, sublime, más allá de la felicidad, Eudaimonía. Un estado superior del ser, de la mente y el alma, que se basa en la búsqueda de la verdad y la virtud. Se trata de hacer el bien, sentirse y estar bien. Es el fin último del hombre, la plenitud.

Yo quisiera creer que todos los candidatos pretenden convencer a sus electores y llegar a la Alcaldía para ser felices, solo por hacer el bien y actuar con virtud y verdad, sin mirar a ese pasado oscuro de ciudad del cual deseamos salir para nunca más volver.

*Profesor Universidad de Cartagena.

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