Columna


Fantasmas del corazón

ROBERTO BURGOS CANTOR

15 de septiembre de 2018 12:00 AM

A los escritos que se refieren al tiempo; el que pasó, el detenido, el venidero; no hay que darles una dirección. O lamentarse de que esté en el depósito de chatarra de ignominias, o inventos.

Es posible que el tiempo sea un sueño. No siempre su vocación será el futuro, o el resquebrajamiento del presente de olvidada fugacidad.

Los pueblos sobreviven al desconcierto de su destino. Búsqueda y espera de mejor estar espiritual que ofrece sentido a ennoblecer aquel polvo que somos y al cual volveremos, con el agregado que el ladrón del fuego impreca: polvo, si, pero ¡polvo enamorado!

Ahora es septiembre y la afición notarial de los periódicos, testimoniar, es una opción de refugio. Orilla de los rieles de la locomotora, con vagones que no terminan de pasar.

En septiembre (1891) murió Melville. Es gratitud recordarlo. Moby Dick es la osada peripecia del ser humano a la caza de un misterio de la vida. ¿Cuál será? Cada lector tiene uno reservado. O la resistencia que propone Bartleby a las rutinas y a la autoridad.

También nació (1883), William Carlos Williams. Cómo no volver a su poema Paterson.

Pero era septiembre, cuando una experiencia, nos concierne como región, reventó de la peor forma. Algo implacable y brutal intentó fundar una sociedad de seres iguales. Con la fe en las mismas creencias. Las mismas risas y prohibidas las tristezas. El orden nuevo es alegría.

Sucedió en Chile, durante el gobierno de la Unidad Popular. Un presidente que jamás vistió un camuflado, con el rostro adornado por el bigote cano de los enamorados de antes y acompañado de la convicción en la palabra que no abandona a los cantantes de boleros. No en balde es (me perdonan el presente) de la tierra de Lucho Gatica, capaz de frenar el reloj para perpetuar la dicha de las gracias del amor, tan esquivas. Cabrera Infante con su inteligencia luciferina, dijo que en Gatica estaba la génesis de Pablo Neruda. Ese presidente, tenía una inclinación: si le gustaba la chaqueta de un amigo, la cambiaba por la que él lucía. En varias ocasiones alteró el ropero del padre del escritor Eduardo Labarca. Además de ser un escritor de narrativas espléndidas, Eduardo fue el primero en saber, en las cuestas de Bolivia, que habían matado al Che Guevara. En una escuela, para que los maestros aprendan bien.

Salvador Allende en el último instante de su mando interrumpido tomó la metralleta.

A lo mejor se disparó a él. Si represento al pueblo, basta con mi muerte, pensaría.

La muerte y su desolación incorregible.

*Escritor

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